domingo, 2 de marzo de 2014

Trayectoria del Carnaval

El Carnaval está profundamente relacionado con el Catolicismo. Sin embargo, dado su estatuto multifacético y su proceso de transformación a lo largo de siglos, esta afirmación impele a algunas precisiones. Es evidente que, tal como lo conocemos, no hubiera existido Carnaval sin la oposición de la Cuaresma. Su contraste está genialmente representado en la pintura de Brueghel y en la poesía de Juan Ruiz el Arcipreste de Hita. El primero es el desborde de la fiesta popular, mientras que la Cuaresma es la prohibición eclesiástica. El Carnaval se caracteriza por el goce de los placeres carnales; la Cuaresma, por el maltrato del cuerpo en miras del gozo espiritual. Son diametralmente opuestos, pero no existiría el uno sin la otra. Anotemos que el periodo cuaresmal está inmediatamente después del Carnaval, por lo que se dice que representa una exagerada despedida de la carnalidad para entrar en un periodo de penitencia fundada en la prohibición de la carne (gula y fornicio, principalmente).

Tampoco se duda de que en el ciclo carnavalesco europeo, del cual somos herederos, quedaron incluidas varias fiestas de raigambre pagana. Aún podemos rastrear características de aquellas fiestas en los actuales espectáculos carnavalescos. Intelectuales de la enormidad de Frazer han investigado estas supervivencias paganas y han concluido que estos tipos de fiestas y ritos tienen su origen en el culto primitivo a un dios solar cuya característica principal era su muerte y resurrección anual. No obstante, desde hace mucho se ha visto como antecedente remoto del Carnaval a las saturnales romanas, además de las bacanales (fiestas en honor de Baco) y lupercales (en honor del dios Pan) que se conocieron tanto en la antigua Grecia como en la Roma clásica. El lexicógrafo Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana o española, publicado en Madrid en 1611, señala que los actos que caracterizan al Carnaval “tienen un poco de resabio a la gentilidad y uso antiguo de las fiestas que llamaban Saturnales”.

Para Mijail Bajtin, en su estudio sobre la cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento, las manifestaciones carnavalescas ofrecían una visión del mundo, del hombre y de las relaciones humanas totalmente diferente, deliberadamente no-oficial, exterior a la Iglesia y al Estado. Ya en el siglo XIX, el humorista alemán Juan Pablo Richter anotaba que “fue precisamente en los tiempos de mayor fervor del catolicismo cuando se celebraron las fiestas de los locos y del asno, la representación de misterios y los sermones burlescos del domingo de Pascua”. El carácter cómico, riente del Carnaval se oponía al tono grave y religioso de la época. Era, pues, el periodo de permisividad que consentía la Iglesia.

Huachanacos, fiesta carnavalesca de Camaná. 

En una primera etapa las manifestaciones carnavalescas como las Saturnales eran, según Bajtin, igualmente sagradas y, podría decirse, igualmente "oficiales" que los otros ritos y celebraciones. Esta "oficialidad" solo podía funcionar en grupos relativamente pequeños con lazos sociales densos donde era posible hacer del "otro" alguien familiar. Con el Feudalismo ya no es posible dar la misma categoría a las celebraciones en honor a la nobleza y a manifestaciones cómicas como el Carnaval. Es entonces cuando adquiere un sentido no oficial para transformarse, finalmente, en las formas fundamentales de expresión de la cosmovisión y la cultura populares. Esta característica no oficial destaca en el Carnaval de la Edad Media y el Renacimiento. No obstante, el sentido de oficialidad descrito por Bajtin soslaya la importancia del consentimiento de la Iglesia en la subsistencia anual del Carnaval. Si la Iglesia en cierta manera lo consentía, entonces el carácter de “no oficial” se debilita. Para evitar esta complicación Bajtin acude al caso de Rabelais basándose en que las cosas respetables jamás se confundían con expresiones burlescas y grotescas propias del Carnaval.

Recordemos que en esta etapa la transmisión de la tradición y la cultura es hegemonizada por el clero, sin duda, es en este periodo donde se gesta y refuerza la contraposición del Carnaval, de raíces paganas, con la Cuaresma católica. Para entonces, el Carnaval era vivido, no representado, y la complejidad y riqueza alcanzada son inigualables. Son los elementos carnavalescos de este periodo los traídos a América, con los cuales confluyeron tradiciones populares y religiosas prehispánicas, además de africanas.

El auge demográfico después del Descubrimiento presiona las urbes aún estables de Europa, la cantidad de hombres sin amo aumenta, la idea tradicional de los pobres como bendecidos por Dios y objeto favorito de la caridad católica fue sometida a una revisión exhaustiva y general. Los fuertes lazos sociales de las pequeñas ciudades han terminado por diluirse y la cultura popular es deformada por la focalización asimétrica de la alta cultura. Por eso las manifestaciones carnavalescas son vistas cada vez más como propias de las clases subalternas, del vulgo iletrado y grosero. Lo que se da, principalmente, desde la segunda mitad del siglo XVII. Los ritos y espectáculos carnavalescos sufren un proceso de reducción y empobrecimiento. El Carnaval es considerado una costumbre del vulgo sin instrucción y sin gusto. En esta etapa encontramos los primeros indicios de la separación entre espectadores y participantes de la fiesta. 

Con la aparición del Romanticismo se renueva la importancia del Carnaval, aunque como algo exótico, la fortaleza de la universalidad regeneradora que tenía en la Edad Media se va diluyendo en un exotismo individualista, representado por el auge de circos y artistas de feria. Durante todo este tiempo la cultura cómica popular, indestructible, sufrió los cambios que le imponía el avance de la sociedad humana. El carnaval en los países de América Latina mantiene las venas occidentales, pero también se renueva, como ya dijimos, congregando elementos indígenas y africanos. En realidad es en esta parte del orbe donde la festividad conserva su fuerza regeneradora y universal. A primera vista parece significativo que el carnaval más grande (Brasil) y el más largo del mundo (Uruguay) estén en nuestro continente, pero eso responde también a cuestiones socioeconómicas que resumimos en los siguientes párrafos.

La etapa actual del Carnaval está caracterizada por la constitución de un espectáculo fundado en la distinción entre participantes y espectadores; a pesar de que mantiene, cómo no, algunos de sus rasgos primordiales, ha perdido unidad y apenas si muestra una intención renovadora. Recordemos lo que dice Bajtin sobre el Carnaval de la Edad Media y el Renacimiento: “no era una forma artística de espectáculo teatral, sino más bien una forma concreta de la vida misma, que no era simplemente representada sobre un escenario, sino vivida en la duración del carnaval”. No en vano en las primeras décadas del siglo pasado el menospreciado escritor francés Jean Richard Bloch sustentaba la muerte del Carnaval.

La alegría y desorden característico del carnaval ya no toman por asalto las calles, es más bien una celebración que se prepara y planifica. La consolidación del régimen capitalista, basado en los principios laicos de la Ilustración, provoca el abandono de todo aquel sentido de colectividad y de participación social, el Carnaval pierde su capacidad de convocatoria y se vuelve un festejo que cada grupo social celebra a su manera.

El desarrollo del carnaval urbano contemporáneo se caracteriza por el desfile de comparsas en las calles y el apoyo de las diferentes instituciones gubernamentales a las fiestas. El Estado ha suplido la función que tenía la Iglesia, sin embargo, su actuación es oficial, propiamente dicha. El Carnaval es destinado a lugares como el zambódromo (Brasil), corsódromo (Argentina) o a circuitos de calles, dentro de cuyos límites se desarrolla la festividad. Lo que comprueba el primer punto del libro La sociedad del espectáculo de Guy Debord: “Toda la vida de las sociedades en las que dominan las condiciones modernas de producción se presenta como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que era vivido directamente se aparta en una representación”.
Los Huachanacos se celebran todos los miércoles de ceniza.

La velocidad de las comunicaciones acentúa el intercambio cultural dando como resultado un mundo urbano multicultural. El Carnaval, fiel a su carácter multifacético, va apropiándose de elementos extranjeros, a la vez va perdiendo los rasgos adoptados en sus anteriores etapas, lo que generalmente se considera de forma negativa, pero en realidad responde al espíritu mismo del Carnaval. Un aspecto interesante de esta apropiación cultural es que, a diferencia de la complementariedad de épocas anteriores, el elemento oral (escarnio verbal, etc.) es desplazado dramáticamente por el elemento visual (baile), es el predominio del homo videns para el cual la palabra está destronada por la imagen.

En el Carnaval no existía división entre espectadores y participantes, por lo que en la actualidad ha perdido gran parte de su organicidad e influencia sobre la vida y el destino del hombre. La proliferación de butacas y escenarios es claramente una característica de la espectacularización del Carnaval de nuestros tiempos. Este se ha convertido en una mercancía turística, en un recurso aprovechable por las instituciones estatales, banalizando su importancia en la concepción dramática del ser humano sobre el mundo.

  
Antes de concluir es pertinente anotar que por motivos de espacio hemos desarrollado solo un elemento en la trayectoria histórica del Carnaval, como es el aspecto social. No obstante, conocemos también la importancia para la espectacularización del Carnaval del cambio en la filosofía del tiempo, que abordaremos con detalle en otra ocasión. 

El pueblo de San José es el lugar donde se realizan los Huachanacos.