Varias personas lo rodearon, la cocinera insistía en que le pagara la comida; él se disculpaba porque había olvidado la billetera. “En un rato llega mi papá y le pago”, decía. Tenía 16 años y estaba en un mercado limeño en el que nunca antes había estado.
El barullo se hizo mayor, hasta que apareció un policía y le pidió que se identificara. Cuando dijo su nombre, "Luzgardo Medina Egoavil", la cocinera no pudo contener las lágrimas ni la vergüenza: aquel muchacho a quien cobraba un menú con tanto ahínco era el hijo que ella había abandonado en un lejano distrito de Arequipa cuando este tenía tan solo seis meses de nacido.
Soy yo. Luzgardo Medina a primera vista no parece un poeta; sin embargo, es uno de los más premiados que tiene Arequipa. Recientemente ha ganado por segunda vez el Copé de Bronce con su poemario Alegorías para un amor gitano y una carta para César Moro.

Su rostro, surcado por algunas cicatrices que bien se camuflan como arrugas, también es de bronce; ese bronce amestizado del que están forjados la mayoría de peruanos. Lo encontramos en el bar de Paola, en la calle San Agustín, y regamos nuestra entrevista con varias jarras de pisco y unas cuantas lágrimas.
Vida, la mía. Luzgardo Medina nació en el hospital Goyeneche, pero a los seis meses, una tarde que la revive como si la recordara, su madre lo dejó al cuidado de Olinda Morán, su abuela paterna, que radicaba en Chuquibamba.
A los siete años regresó a Arequipa para vivir con su padre y Cira Adalguisa, “un amor de persona; es mi madre cotahuasina”, dice y su grueso pecho se colma de emoción.
“A los doce años –nos cuenta mientras un vaso de ‘chilcano’ lo espera al borde de la mesa–, le robé a mi tío Manuel Medina Morán el libro de Walt Whitman, Hojas de hierba; ese es el primer libro de poesía que yo leí, fue una transformación total. Entonces fue mi ambición querer escribir de otra manera, ya no con simetría, sino hasta donde me diera el aliento, tratando de encontrar mi propia música interna”.
En 1981, cuando estudiaba Derecho en la Universidad Católica Santa María, publicó su primer poemario, La boda del dios harapiento. Luego vendrían los premios nacionales, más libros, reconocimientos fugaces y los olvidos. Se casó una vez hasta el divorcio, pero amó muchas veces. Tiene dos hijos varones que lo llenan de orgullo. En mayo de este año conoció de otros golpes en la vida: perdió a su padre. Desde entonces vive a la sombra de Celia Sanalea, su nuevo amor, un “milagro de agua purificante” para él.
“Yo supe la noche que estuvimos velando a mi padre que él también escribía poesía. Un señor al que mi padre llamaba Pajarito sin plumas, se acercó preguntándome '¿Sabías que tu papá escribía poemas? Y escribía con un seudónimo: Sadinoel'. Entonces recién supe de dónde me venía esa vena. Usé el mismo seudónimo en este último concurso. Es Leonidas escrito al revés; mi padre se llamaba Leonidas”, nos explica.
Poeta y otros oficios. Luzgardo Medina, desde hace varios años, se dedica a promover la cultura y el cuidado del medio ambiente. “El poeta no va a salvar a la humanidad, el poeta es solo un libre pensador”, reitera antes de despedirnos.
Poeta y otros oficios. Luzgardo Medina, desde hace varios años, se dedica a promover la cultura y el cuidado del medio ambiente. “El poeta no va a salvar a la humanidad, el poeta es solo un libre pensador”, reitera antes de despedirnos.