Lo primero que sorprende al llegar a Camaná es que la gente no camine para atrás. Los camanejos son, pues, famosos porque “hacen todo al revés”. Quizás por esto se ha dicho que son expertos en versos cangrejos o palíndromos, palabras o frases que se leen igual de izquierda a derecha y viceversa. Según la etimología, palíndromo proviene del griego palin (de nuevo) y dromos (carrera), se refiere entonces a “correr (o leer) de nuevo”. La idea es llegar al final de la frase y volver a leerla en sentido contrario. Al final, se obtiene el mismo resultado. Por ejemplo: “Dábale arroz a la zorra el abad”.
También se ha dicho que los habitantes de Camaná no saben cantar la palinodia. Este término repite la raíz griega palin junto al componente oide (canto u oda), o sea que significa “cantar de nuevo”. Por extensión, se utiliza esta frase para señalar a quien admite su yerro o se retracta en público: “cantó la palinodia”. En otras palabras, se les ha endilgado a los camanejos el ser tercos, porfiados, testarudos sin excepción, que no se retractan. Sancho Panza los reconocería como sus familiares, pues, “todos son testarudos, y si una vez dicen nones, nones han de ser, aunque sean pares” [El Quijote, tomo 1, cap. 53].
Lo que tal vez no recuerden los camanejos es que sí es un par de siglos el tiempo que se los califica de cabezas duras o testarudos, que significa lo mismo según la etimología (la más chismosa del diccionario porque vive de meterse en la historia de las otras palabras).
Alguien que no tuvo la testa dura, allá por 1823, fue el padre Virrueta, quien terminó con la coronilla rota por el tremendo golpe de Pedro Pablo Rosel, el zafado arequipeño que se creía rey de los camanejos. Don Ricardo Palma hizo famosa esta anécdota en una de sus tradiciones más conocidas.
El tradicionalista de marras es uno de los más grandes propagandistas de la necedad de los pobladores de Camaná. Pero quien por ahora se lleva el título a primer divulgador del genio de los camanejos es el sacerdote Antonio Pereira Pacheco y Ruiz, nacido en 1790 en las islas Canarias y residente en lares arequipeños entre 1810 y 1816.
Fray Antonio cita en su Noticia de Arequipa una ya muy célebre comparación: “Se contempla a la gente de Camaná en su inteligencia y producciones como a los gallegos en España”. Dicho de un modo más patriótico, los gallegos son los camanejos de la madre patria.
Pereira Pacheco y Ruiz, aun siendo canario, no tuvo que cantar la palinodia con respecto a lo que escribió de los camanejos; y su libro, décadas después, le dio una mano a Palma para que este introdujera la infamante fama de los de la Villa Hermosa en la literatura peruana.
A pesar de la indecorosa publicidad de don Ricardo, en su autoridad se amparó, mucho tiempo después, José María Morante para argumentar en su Monografía de Camaná la vigencia y propiedad del gentilicio camanejo, que algunos querían cambiar por parecerles de terminación despectiva.
Morante alegó también que el remate “–ejo” es “másculo”, mientras que la terminación “–eño” “resulta algo femenil”. Además, no debieran inquietarse, dijo con sorna, pues tampoco lo hacen aquellos que se arrogan los gentilicios acabados en “–ano”, y puso de ejemplo a los moqueguanos, quienes por su terminación no se hacen paltas.
Eso sí, los camanejos sufrirán más de un revés cuando intenten hacer un palíndromo con su gentilicio o cuando busquen la etimología exacta de su topónimo. Sobre esto último, lo más “feliz e indocumentado” es creer que Camaná provenga de palabras cangrejas.
Una alegre posibilidad improbable es que el topónimo de la Villa Hermosa tenga relación con el antiguo nombre que se le daba a Cusco: Acamana. Este nombre fue ubicado por María Rostworowski en un documento del siglo XVI. No obstante, Guamán Poma de Ayala señala claramente que Cusco “primero se llamava la ciudad Acamama”.
Dicho topónimo, según César Delgado Díaz del Olmo, tiene también que ver con palabras anacíclicas, como llama a los palíndromos pues, dado que en el Tahuantinsuyo no había escritura, resulta un poco difícil creer que gustaran de ellos; sin embargo, Delgado demuestra que los incas sí los usaron en varios aspectos de la lengua (ver El inca mestizo, 2009, pp. 114-115).
Una hermosa palabra quechua palíndroma que podría hacer alusión a la fertilidad y al verdor del valle camanejo es kamamamak, que identifica a “los sembrados que están muy frescos los granos, verdes y fértiles” (González Holguín, Vocabulario de la lengua general de todo el Perú, 1609, p. 105). Aunque resulta complicado que dicho término haya derivado en Camaná. Otra posibilidad es que Camaná provenga de la unión de dos términos cangrejos: aca, “todo estiércol de persona o animal no menudo” (ídem, p. 3) y manam, “de ninguna parte” o “no, nadie” (ídem, p. 221). Con lo cual resulta el limpio nombre de Acamanam, que con el paso del tiempo se comportó como choro distraído, es decir, se fue robando hasta quedar reducido a Camana y luego derivó a palabra aguda.
El topónimo de la Villa Hermosa continuará en discusión. Y los camanejos, gusten o no de los palíndromos, seguirán siendo señalados como ingenuos y acusados de hacer las cosas al revés. Sin ellos tendríamos que importar gallegos, pero el chiste nos saldría caro porque solo los ofrecen en un lugar del mundo. Además, como están los tiempos, la misión de los ocurrentes camanejos parece imposible: hacer reír. Sin embargo, ellos, tercos, insisten.