miércoles, 28 de octubre de 2015

Nobel en el amor

Abrir el diario y leer la noticia de su propia muerte fue para Alfred Nobel un hecho explosivo. Así como el Big Bang (el Gran Estallido) dio origen a nuestro universo, aquella necrológica provocaría el destello a partir del cual se originarían los Premios Nobel.

Aunque el hecho es de por sí espantoso, al inventor sueco le conmovió más que en el texto lo tildaran de “mercader de la muerte”. Por eso decidió donar, tras su verdadero deceso, gran parte de su fortuna al reconocimiento de los mejores exponentes de las ciencias, la literatura y la lucha por la paz.

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Alfred Nobel, debido a su dedicación a los negocios y su vocación por la investigación, nunca gozó del lazo matrimonial. Cuentan que en el amor él era tan tímido como en la guerra temido su invento (la dinamita). 

En cierta ocasión, cuando le pidieron que escriba su autobiografía, señaló entre sus virtudes el no representar una carga para nadie. Sin embargo, él sí tuvo muchas, y no solo de explosivos. 

Una de ellas se llamó Sofie Hess, joven ayudante de florista con quien mantuvo una relación durante 15 años y a quien brindó lujo y prestigio hasta que ella declaró que estaba embarazada de otro hombre; con eso a cualquiera le dan ganas de andar reventando cosas en el laboratorio.

Sofie se aprovechó de él hasta después de muerto. No obstante su separación, ella seguía escribiéndole para pedirle dinero y, tras el fallecimiento de Alfred, vendió gran parte de esa correspondencia a buen precio.

Antes de conocer a Sofie, el millonario inventor contrató como secretaria personal a Bertha Kinsky, quien no le dio la mínima posibilidad de ser la señora de Nobel, pues cuando Alfred ya se entusiasmaba con su presencia, Bertha huyó de la ciudad para casarse con Arthur von Suttner. Andando el tiempo, Bertha llegaría a ser una señora de Nobel pues le otorgaron el Premio Nobel de la Paz en 1905.

Al final de sus días, Alfred se convirtió en un viejo solitario, aquejado por males cardiacos que llegaron a ser tratados –menuda ironía– con nitroglicerina. Pero a esa edad, por más aislado que esté, un corazón cargado es muy peligroso. Rodeado por su médico y sus criados italianos, murió de un fulminante infarto en 1896.