domingo, 21 de julio de 2013

El duque postergado

Como grandes admiradores de la agudeza salomónica de dividir el objeto en dos, los críticos e historiadores literarios harto nos han predicado sobre el par temático en la novelística peruana del siglo XX: andina y criolla. Podríamos terminar de complacernos en sus enseñanzas de no ser por una infrecuente representación de la aristocracia peruana (especialmente limeña) que no encaja en aquellos moldes.
Esta tercera línea argumentativa enlaza a escritores contemporáneos como Jaime Bayly y Alfredo Bryce, pero tiene su más alto precedente en José Diez Canseco con su novela “Duque”. Fue Luis Alberto Sánchez quien la editó en Chile en 1934, sin consentimiento del autor. El hecho suscitó una polémica entre ambos, Diez Canseco rechazaba de manera contundente algunas expresiones del prólogo de Sánchez; a su vez, este lo acusó de haber olvidado su visión crítica sobre la alta sociedad a la cual pertenecía.
La novela toma el nombre del galgo ruso perteneciente al protagonista, Teddy Crownchield, quien luego de una larga residencia en Europa regresa al Perú. El joven millonario se deja llevar por las aventuras mundanas que le ofrece la vida aristocrática limeña: concurre a cocktails y campos de golf, pero también a burdeles y fumaderos de opio, absorbido por los placeres de un mundo hipócrita y acomodado en todos los sentidos de la palabra.
Un personaje que podría explicar lo dicho es Pedro Rigoletto, tipo hosco, de gustos vulgares y cocainómano que adornaba de halagos y que pretendía a Teddy; sin embargo, cuando el protagonista se marcha del país, celebra con esta sentencia: ¡Un maricón menos en la ciudad! Ese juego de la falsa moral atraviesa la obra, todo resulta un mundo de apariencias y conveniencias. Carlos Suárez del Valle, en quien Teddy confía, no es más que un tipo cínico movido por intereses personales. Las boscosas relaciones sentimentales y sexuales simbolizan el mecanismo social de la aristocracia capitalina de entonces.

"Con algo de Dorian Gray y Amory Blaine,
Teddy Crowchield no puede frenar el ímpetu de romper lo convencional".

Cierta coloquialidad poética llena las descripciones de este libro que, sin importar lo manido de las contradicciones clasistas, resulta lo mejor de la novela. El Country Club es el sitio de la alta sociedad, un espacio ordenado, construido por el "progreso" para quitarles un poco la idea de seguir viviendo en un país de pobres. Pero algunos como Teddy no se mantienen estáticos en el cómodo lugar que les da su dinero, sino que transitan también por sitios como el Café Can-Can, en el caótico centro de Lima.
Teddy, un aristócrata crecido en Europa, lejos de las vanas aspiraciones y apariencias de la clase alta limeña, refleja el problema de un descentrado que calza bien en los lujosos salones y clubes privados, pero que su espíritu incompleto halla en el fumadero de opio del Café Can-Can la tranquilidad que buscaba y que, sin embargo, parece pastosa, abrumadora. Con algo de Dorian Gray y Amory Blaine, Teddy Crowchield no puede frenar el ímpetu de romper lo convencional, tanto que por un tiempo mantiene relaciones homosexuales con el padre de su prometida; aun así, batalla por mantener las apariencias, va a casarse, los partes matrimoniales ya han sido enviados, pero Beatriz descubre que se acostaba con su padre y rompe el compromiso.
El protagonista, devastado por la chismografía hipócrita y "moralizante" de la aristocracia limeña, se marcha del país. El mejor equipaje se lo lleva en la piel: lo único verdadero es la satisfacción de los sentidos. Duque, el galgo capaz de la más sincera y primitiva inclinación de afecto, queda en manos del arribista Suárez del Valle. Casi podríamos sacar una enseñanza de este final.

2 comentarios:

  1. encontre a este personaje aqui http://cronicasdeladiversidad.com/personajes_gays_memorables_de_la_literatura_peruana.html
    que a la vez encontre gracias a un enlace de gabriela wiener sobre el poliamor

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    1. Gracias por el dato, no conocía esa página. Gracias también por visitar este blog.

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