jueves, 26 de diciembre de 2013

El hombre que lo sabía todo sobre Marilyn

“¡Respuesta ganadora!” No sabremos nunca la clase ni el grado de emoción que desató esta frase en Miguel Ángel Guevara Zevallos cuando la oyó decir al desaparecido conductor de televisión Pablo de Madalengoitia. El mollendino, entonces de 36 años de edad, acababa de responder a “La pregunta de los 10 millones de soles”.

Miguel Ángel Guevara en su estudio
Corría el año 1983 y en los programas concurso de ese tiempo las interrogantes eran antojadizas y rebuscadas, como aquella pregunta final que le hicieron al joven concursante cuyo tema era el Mundial de Fútbol de 1974: “¿Qué se sirvió en la mesa del campeón?”; o la caprichosa cuestión que le plantearon al nuevaolero Rully Rendo, quien participaba con inusitado éxito respondiendo sobre Oscar Wide: “¿Cómo se llamaban el decorador y el arquitecto de la casa donde Oscar Wide pasó sus años de casado?”.

Sin embargo, Miguel Ángel Guevara Zevallos, un hombre que cursó toda su educación básica en una provincia arequipeña y que había abandonado su carrera de educación para irse a estudiar cine en Lima, había logrado lo que pocos: ganar el premio mayor, 10 millones de soles y un viaje por las principales capitales europeas.

CAMINOS DE LA VIDA. Cuentan que las paredes graban para siempre el sonido de los pasos de aquellos que mucho trajinaron por sus pasadizos; aun si fuera así, los anchos muros de sillar de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNSA nunca guardarán los pasos de “Miguelito”, su delgada figura va de un lado a otro sin el menor ruido; de no ser por la viveza y la amabilidad de su rostro, diría uno que es un alma atrapada en este mundo.

Extraños son los caminos de la vida, en un primer momento Miguel Ángel quería ser profesor de educación física e iba rumbo a ello, pero a los 22 años, sin más razón que su irremediable pasión por el cine, decidió virar totalmente de dirección: viajó a la capital y se inscribió en la carrera de cinematografía en la Universidad de Lima, donde trabaría amistad con el reconocido cineasta peruano Pancho Lombardi.

Marilyn Monroe
RUBIA DEBILIDAD. “Yo era muy amigo de Pancho –nos cuenta Miguel–, una tarde que fui a visitarlo encontré en su casa a Guido Lombardi, él le había prestado unos libros a Pancho, entre ellos estaba el de Marilyn Monroe escrito por Norman Mailer, pero delante de mí, Guido le advirtió que no se lo prestase a nadie. Yo quería leer ese libro, por eso me metí al concurso con el tema de Marilyn, para que me lo presten”.

Los programas concurso de antes no eran como los de ahora, cuyos participantes no saben responder ni a las más elementales cuestiones de la Aritmética y no se hable de la Historia. Los programas de Pablo de Madalengoitia exigían un alto grado de conocimiento.

“Me preparé durante cinco meses, estudiaba diez horas al día. Algunos amigos me alentaron; Ricardo Bedoya me prestó tres libros sobre Marilyn, que finalmente me los regaló. Llegué a pensar que no me convocarían para el programa, pero me llamaron”.

ODISEA EN EUROPA. Los diez millones de soles equivalían entonces a diez mil dólares, sin embargo, lo que le interesaba más a Miguel era el viaje a Europa, pero aún debía cumplir con su función de fotógrafo en el rodaje de Maruja en el infierno, película de Pancho Lombardi. Luego de cumplir con los trámites del filme y de las embajadas, tomó seis mil dólares de su premio y, agotado de trabajo, enrumbó al Viejo Continente.  

Laura Antonelli
Cuando llegó a Londres, después de pasar por Madrid, confundió dos veces el metro que debía tomar para llegar al albergue que le sugirió una amiga. En Liverpool, su inglés básico no le ayudó para explicar al agente que lo intervino cuando se hallaba sentado en la acera admirando la casa de John Lennon. En Italia, le hastió la cantidad de paparazzi apostados en una loma cercana a la casa de la actriz Laura Antonelli, su ídolo, a la que soñaba ver en persona; anhelo que nunca se cumplió.

Viajó por buena parte de Italia durante un mes, cuando en Madrid compró su boleto que lo traería de vuelta a este lado del charco, los oficiales de migraciones le recordaron que se había pasado varios días de su permiso y que no podría volver a Europa.

UN AREQUIPEÑO IMPASIBLE. De regreso a Perú siguió trabajando en Inca Films, junto a Lombardi, a quien apoyó también de fotógrafo en la Ciudad y los perros.

“Pancho es una de las personas que más me conoce, sin embargo, Giovanna Pollarolo, que entonces era su esposa, fue quien me dio los mejores consejos. Por ella fue que me regresé a Arequipa. ‘Aquí en Lima siempre serás el amigo de Lombardi, me dijo, en cambio en Arequipa puedes hacerte un nombre’”.

En esa época (1992), la UNSA quería implementar un cine club y Miguel Ángel Guevara estaba en la ciudad, su envidiable currículo incluso daría prestigio a los claustros agustinos; no obstante, como suele suceder muchas veces en el ámbito de la cultura, el trabajo nunca sucedió como lo sugerían las propuestas.

“Recién en 2003, me nombran en la UNSA; antes solo trabajaba con recibos por honorarios”.

En la actualidad, “Miguelito” es el encargado de audiovisuales de la Facultad de Filosofía y Humanidades, en lenguaje llano: la persona que lleva y trae los retroproyectores de un salón a otro. En menos de tres años cumplirá 70 y tendrá que dejar su sencillo puesto a otro, hecho que no lo desalienta, sino que ve como otro paso más en la vida. 

“Confieso que aún me gustaría regresar a Europa –nos dice antes de despedirnos–, sobre todo a Zurich, aunque sea por un par de días”.

domingo, 15 de diciembre de 2013

VHO, el periodista retórico

Víctor Hurtado Oviedo escribe tan bien que la mejor manera de hablar de él es citándolo. Trabaja en prensa hace muchos años, lo cual resulta un elogio para el periodismo escrito. Poco se conoce de su vida, debió ser un hombre muy veloz en su juventud, pues pasó tan rápido por una carrera universitaria que no se sabe por cuál. Hace buenos lustros dejó el Perú para radicar en Costa Rica, deslustrando así un poco el periodismo local y enriqueciendo más el centroamericano. Publicó un solo libro, Pago de letras, al que el año pasado rebautizó como Otras disquisiciones.

“Temed al hombre de un solo libro”, recordó don Víctor a su llegada al aeropuerto de Arequipa este año. “Yo soy hombre de un solo libro… Soy un hombre temible”, concluyó. Los que estaban cerca vieron a un tipo desgarbado, flaco, alto, inofensivo. Hace unos meses lo aquejaron dolores en la espina dorsal (no es el único periodista que ha tenido problemas con la columna), por eso camina igual que habla: despacio. No parece a primera vista un hombre temible, hasta que se lee sus ensayos, entonces esta palabra recobra un sentido poco usado: se ensaya a los caballos; antes a los niños se les amenazaba con ensayarlos; don Víctor Hurtado Oviedo ensaya a sus lectores, cumple su amenaza.

Don Víctor (el don no se lo quita nadie) es un barroco temible, retórico lector metido a periodista que, como lo repite cada vez que puede, no le gusta escribir, extraña confirmación de lo que dijo Proust sobre Balzac: “Qué grandes escritores si no escribieran”; don Víctor no puede ser más grande, por eso escribe poco.


Correo Arequipa, sábado 14 de diciembre de 2013