El Carnaval está
profundamente relacionado con el Catolicismo. Sin embargo, dado su estatuto
multifacético y su proceso de transformación a lo largo de siglos, esta
afirmación impele a algunas precisiones. Es evidente que, tal como lo conocemos,
no hubiera existido Carnaval sin la oposición de la Cuaresma. Su contraste está
genialmente representado en la pintura de Brueghel y en la poesía de Juan Ruiz
el Arcipreste de Hita. El primero es el desborde de la fiesta popular, mientras
que la Cuaresma es la prohibición eclesiástica. El Carnaval se caracteriza por
el goce de los placeres carnales; la Cuaresma, por el maltrato del cuerpo en
miras del gozo espiritual. Son diametralmente opuestos, pero no existiría el
uno sin la otra. Anotemos que el periodo cuaresmal está inmediatamente después
del Carnaval, por lo que se dice que representa una exagerada despedida de la
carnalidad para entrar en un periodo de penitencia fundada en la prohibición de
la carne (gula y fornicio, principalmente).
Tampoco se duda
de que en el ciclo carnavalesco europeo, del cual somos herederos, quedaron
incluidas varias fiestas de raigambre pagana. Aún podemos rastrear
características de aquellas fiestas en los actuales espectáculos carnavalescos.
Intelectuales de la enormidad de Frazer han investigado estas supervivencias
paganas y han concluido que estos tipos de fiestas y ritos tienen su origen en el
culto primitivo a un dios solar cuya característica principal era su muerte y
resurrección anual. No obstante, desde hace mucho se ha visto como antecedente
remoto del Carnaval a las saturnales romanas, además de las bacanales (fiestas
en honor de Baco) y lupercales (en honor del dios Pan) que se conocieron tanto
en la antigua Grecia como en la Roma clásica. El lexicógrafo Sebastián de
Covarrubias en su Tesoro de la lengua
castellana o española, publicado en Madrid en 1611, señala que los actos
que caracterizan al Carnaval “tienen un poco de resabio a la gentilidad y uso
antiguo de las fiestas que llamaban Saturnales”.
Para Mijail Bajtin,
en su estudio sobre la cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento, las
manifestaciones carnavalescas ofrecían una visión del mundo, del hombre y de
las relaciones humanas totalmente diferente, deliberadamente no-oficial,
exterior a la Iglesia y al Estado. Ya en el siglo XIX, el humorista alemán Juan Pablo Richter anotaba
que “fue precisamente en los tiempos de mayor fervor del catolicismo cuando se
celebraron las fiestas de los locos y del asno, la representación de misterios
y los sermones burlescos del domingo de Pascua”. El carácter cómico, riente del
Carnaval se oponía al tono grave y religioso de la época. Era, pues, el periodo
de permisividad que consentía la Iglesia.
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Huachanacos, fiesta carnavalesca de Camaná. |
En una primera
etapa las manifestaciones carnavalescas como las Saturnales eran, según Bajtin,
igualmente sagradas y, podría decirse, igualmente "oficiales" que los
otros ritos y celebraciones. Esta "oficialidad" solo podía funcionar
en grupos relativamente pequeños con lazos sociales densos donde era posible
hacer del "otro" alguien familiar. Con el Feudalismo ya no es posible
dar la misma categoría a las celebraciones en honor a la nobleza y a
manifestaciones cómicas como el Carnaval. Es entonces cuando adquiere un sentido
no oficial para transformarse, finalmente, en las formas fundamentales de
expresión de la cosmovisión y la cultura populares. Esta característica no
oficial destaca en el Carnaval de la Edad Media y el Renacimiento. No obstante,
el sentido de oficialidad descrito por Bajtin soslaya la importancia del
consentimiento de la Iglesia en la subsistencia anual del Carnaval. Si la
Iglesia en cierta manera lo consentía, entonces el carácter de “no oficial” se debilita.
Para evitar esta complicación Bajtin acude al caso de Rabelais basándose en que
las cosas respetables jamás se confundían con expresiones burlescas y grotescas
propias del Carnaval.
Recordemos que
en esta etapa la transmisión de la tradición y la cultura es hegemonizada por el
clero, sin duda, es en este periodo donde se gesta y refuerza la contraposición
del Carnaval, de raíces paganas, con la Cuaresma católica. Para entonces, el Carnaval
era vivido, no representado, y la complejidad y riqueza alcanzada son
inigualables. Son los elementos carnavalescos de este periodo los traídos a
América, con los cuales confluyeron tradiciones populares y religiosas prehispánicas,
además de africanas.
El auge
demográfico después del Descubrimiento presiona las urbes aún estables de
Europa, la cantidad de hombres sin amo aumenta, la idea tradicional de los
pobres como bendecidos por Dios y objeto favorito de la caridad católica fue
sometida a una revisión exhaustiva y general. Los fuertes lazos sociales de las
pequeñas ciudades han terminado por diluirse y la cultura popular es deformada
por la focalización asimétrica de la alta cultura. Por eso las manifestaciones
carnavalescas son vistas cada vez más como propias de las clases subalternas,
del vulgo iletrado y grosero. Lo que se da, principalmente, desde la segunda
mitad del siglo XVII. Los ritos y espectáculos carnavalescos sufren un proceso
de reducción y empobrecimiento. El Carnaval es considerado una costumbre del
vulgo sin instrucción y sin gusto. En esta etapa encontramos los primeros
indicios de la separación entre espectadores y participantes de la fiesta.
Con la aparición
del Romanticismo se renueva la importancia del Carnaval, aunque como algo
exótico, la fortaleza de la universalidad regeneradora que tenía en la Edad
Media se va diluyendo en un exotismo individualista, representado por el auge
de circos y artistas de feria. Durante todo este tiempo la cultura cómica
popular, indestructible, sufrió los cambios que le imponía el avance de la
sociedad humana. El carnaval en los países de América Latina mantiene las venas
occidentales, pero también se renueva, como ya dijimos, congregando elementos
indígenas y africanos. En realidad es en esta parte del orbe donde la
festividad conserva su fuerza regeneradora y universal. A primera vista parece
significativo que el carnaval más grande (Brasil) y el más largo del mundo
(Uruguay) estén en nuestro continente, pero eso responde también a cuestiones socioeconómicas
que resumimos en los siguientes párrafos.
La etapa actual
del Carnaval está caracterizada por la constitución de un espectáculo fundado
en la distinción entre participantes y espectadores; a pesar de que mantiene,
cómo no, algunos de sus rasgos primordiales, ha perdido unidad y apenas si
muestra una intención renovadora. Recordemos lo que dice Bajtin sobre el
Carnaval de la Edad Media y el Renacimiento: “no era una forma artística de
espectáculo teatral, sino más bien una forma concreta de la vida misma, que no
era simplemente representada sobre un escenario, sino vivida en la duración del
carnaval”. No en vano en las primeras décadas del siglo pasado el menospreciado
escritor francés Jean Richard Bloch sustentaba la muerte del Carnaval.
La alegría y desorden
característico del carnaval ya no toman por asalto las calles, es más bien una
celebración que se prepara y planifica. La consolidación del régimen
capitalista, basado en los principios laicos de la Ilustración, provoca el
abandono de todo aquel sentido de colectividad y de participación social, el Carnaval
pierde su capacidad de convocatoria y se vuelve un festejo que cada grupo
social celebra a su manera.
El desarrollo del
carnaval urbano contemporáneo se caracteriza por el desfile de comparsas en las
calles y el apoyo de las diferentes instituciones gubernamentales a las
fiestas. El Estado ha suplido la función que tenía la Iglesia, sin embargo, su
actuación es oficial, propiamente dicha. El Carnaval es destinado a lugares
como el zambódromo (Brasil), corsódromo (Argentina) o a circuitos de calles,
dentro de cuyos límites se desarrolla la festividad. Lo que comprueba el primer
punto del libro La sociedad del
espectáculo de Guy Debord: “Toda la vida de las sociedades en las que
dominan las condiciones modernas de producción se presenta como una inmensa
acumulación de espectáculos. Todo lo que era vivido directamente se aparta en
una representación”.
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Los Huachanacos se celebran todos los miércoles de ceniza. |
La velocidad de
las comunicaciones acentúa el intercambio cultural dando como resultado un
mundo urbano multicultural. El Carnaval, fiel a su carácter multifacético, va
apropiándose de elementos extranjeros, a la vez va perdiendo los rasgos adoptados
en sus anteriores etapas, lo que generalmente se considera de forma negativa,
pero en realidad responde al espíritu mismo del Carnaval. Un aspecto
interesante de esta apropiación cultural es que, a diferencia de la complementariedad
de épocas anteriores, el elemento oral (escarnio verbal, etc.) es desplazado
dramáticamente por el elemento visual (baile), es el predominio del homo videns para el cual la palabra está
destronada por la imagen.
En el Carnaval
no existía división entre espectadores y participantes, por lo que en la
actualidad ha perdido gran parte de su organicidad e influencia sobre la vida y
el destino del hombre. La proliferación de butacas y escenarios es claramente
una característica de la espectacularización del Carnaval de nuestros tiempos.
Este se ha convertido en una mercancía turística, en un recurso aprovechable
por las instituciones estatales, banalizando su importancia en la concepción
dramática del ser humano sobre el mundo.
Antes de concluir
es pertinente anotar que por motivos de espacio hemos desarrollado solo un
elemento en la trayectoria histórica del Carnaval, como es el aspecto social.
No obstante, conocemos también la importancia para la espectacularización del
Carnaval del cambio en la filosofía del tiempo, que abordaremos con detalle en
otra ocasión.
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El pueblo de San José es el lugar donde se realizan los Huachanacos. |