viernes, 7 de noviembre de 2014

Mis mejores desgracias

Buen tiempo estuve postergando la lectura de "Boquitas pintadas" de Manuel Puig. Para cuando pase la euforia, me excusaba. Sin embargo, hace unos días decidí viajar a Camaná a pasar el fin de semana, pues -como me dicen cada vez que llego- me acordé que tenía familia, y por obedecer a la costumbre, elegí dos novelitas para el camino. A una de ellas la tenía ya predestinada, gracias a que un amigo me la prestó: “La viuda Couderc” de George Simenon. Pero no me decidía entre forzarme con “Bajo el cielo de Arequipa” de Jorge Mackey o distraerme del mundo con el primer tomo de “Lo mejor de la ciencia ficción del siglo XIX”. Cuando reparé en la nacionalidad de Mackey, me acordé de su compatriota Puig y de su libro, que hacía rato criaba polvo en algún rincón de mi cuarto. Y como quien no quiere la cosa, la metí a la mochila.

Siempre trato de viajar en los buses de Flores Hermanos, no porque sean los más cómodos o veloces, sino porque es un poco jugar a la suerte. A veces las ventanas no se abren, los asientos no se reclinan o se reclinan mucho, casi nunca pasan películas, se descomponen en medio camino, suben cantantes, cómicos, “promotores” de remedios naturistas, vendedoras de chicharrón o de papa rellena y otras tantas posibilidades que he ido conociendo en mis buenos años de viajero interprovincial. No reniego de estas vicisitudes, pues, algunas me han permitido leer varado en la carretera quizá tanto como en las horas que he pasado en el baño.

Esta vez, en el viaje de ida liquidé el libro de Simenon; junto con “La mirada inocente” es lo mejor que he leído del padre de Maigret. Tati, la viuda Couderc, es una mujer de corta estatura, entrada en carnes y con un inquietante lunar con pelos en la cara que recuerda “un pedazo de animal, tal vez de un turón”. La cuarentona contrata al joven Jean, que acaba de cumplir una condena por asesinato, para que le ayude en la granja de su suegro, un viejo sordo y pervertido, quien permite que Tati maneje la hacienda a cambio de favores sexuales. “La viuda Couderc” es una buena novela sobre conveniencias y pasión, en la que los personajes se encaminan irremisiblemente a un final sospechado e inesperado al mismo tiempo. Como en la toma de un gambito en la que el adversario adivina qué va a pasar y sin embargo lo niega, duda de que la historia se repita siempre, intenta huir del horror de la repetición infinita, por lo que acaba igualmente sorprendido al final.

Aquel sábado, ya en la casa de mis padres, en San José, me recosté debajo de la ancha y fresca parra y abrí el libro de Puig. Confieso que estuve a punto de abandonarlo antes de las diez primeras páginas, sin embargo, en Camaná todavía el verano arrastraba pesadamente las tardes y no había mucho que hacer, pues el viejo acabó ya las jabas de sus gallos y segó el topito de arroz. Así fui avanzando por las cartas, los recortes de revistas, el guión de radionovela y los informes policiales que conforman "Boquitas pintadas". Hoja tras hoja me iba enterando de lo que les sucedía a los habitantes de Coronel Vallejos. De pronto tuve la sensación de que seguía la historia de Juan Carlos Etchepare, el personaje principal, un rato por televisión, luego cambiaba de canal donde pasaban la misma historia pero más atrasada, después encendía la radio y alguien hablaba de uno de los amigos, otra vez saltaba de registro y era como si ahora asistiera a un sepelio donde un conocido me contaba en voz baja sobre los maltrechos pulmones de Juan Carlos y de sus amoríos que terminarían por matarlo.

No he leído novela que en las primeras líneas nos avise de la muerte del protagonista y que en los últimos párrafos, cuando retorne esa confirmación, conmueva tanto. La acabé el domingo. Mi hermana, al encontrarme recostado en el sillón de la sala volteando las últimas páginas, me dijo, como regañándome, “tú te acuestas leyendo y te despiertas leyendo”. Ese día lo pasé especialmente callado. A la madrugada siguiente, cuando emprendí el viaje de retorno a Arequipa, recordé a Juan Carlos Etchepare enrumbándose a la sierra de Córdoba para intentar sanarse de la tisis, a Jean sometiéndose a las exigencias de Tati Couderc y luchando por poseer a la sobrina de la viuda. Me hice una pregunta mientras el bus remontaba la Quebrada del toro y el lánguido mar quedaba atrás, ¿y si me tocara la tragedia? Despejé las dudas con un movimiento de cabeza parecido a la manera como las mascotas empapadas se sacuden el agua. Por un instante quise convencerme de que ya he vivido y sufrido mucho en los libros como para que me toquen mejores desgracias.

Foto de Gerard Prado S.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Un festival de garra

Escribe Gabriela Caballero, desde Tacna

—Y usted, ¿qué hace?
—Yo hago teatro.
—Y… ¿cómo así, ah?

Fidel Rodríguez miró al taxista que acababa de lanzarle esa pregunta. Entonces pensó en responder del mismo modo como lo había hecho antes. Decirle que en la universidad donde estudiaba para ser profesor de Lengua y Literatura se inscribió en un curso-taller de teatro y allí quedó encantado con el arte de la representación. Quizá también podría hablarle de uno de sus primeros montajes: la pequeña obra contestataria cuyo título era “El gallo”. Y hasta evaluó la posibilidad de copiar esa frase de “Uno no elige hacer teatro, el teatro lo elige a uno”… Sin embargo, no dijo nada de aquello. Se quedó en silencio por unos segundos, mientras en el espejo retrovisor se encontraba con los ojos de su hija, quien iba con él por las calles de Lima. Se quedó en silencio el tiempo suficiente para permitir que aquel lejano estudiante de colegio terminara de dramatizar con sus compañeros de clase la canción “El gran varón” de Rubén Blades...



Ha concluido el VIII Festival Internacional de Teatro Alternativo (FITEAL) en Tacna y aún resuenan en las tablas del escenario del Teatro Municipal los pasos de los distintos actores del Perú y del extranjero que, durante tres días consecutivos, se dieron cita en esta ciudad.

—¿Sabes lo que más me ha asombrado? —dice Gastón Herrera, director de Arlequín Teatro de Arte, mientras va guardando las luces que trajo desde Chile para su propia obra y que finalmente sirvieron para los demás grupos teatrales— El público. Ahora que presenté “Solo los giles mueren de amor”, la gente respondió con un respeto total. Se rieron cuando debían reírse, lloraron cuando había que llorar. Ha sido también una grata sorpresa la variedad de obras que se han presentado en este festival. Eso ya es un éxito… Festivales así forman redes y esto es muy bueno.

Redes de artistas y público comprometido que apueste por el teatro son también para Fidel, logros importantes de este festival. Así no siempre el teatro esté lleno. Así deba continuar insistiendo en la búsqueda de la estrategia exacta para captar más público. Recuerda. En el principio solo fue la frase que le enseñaron sus maestros: “Si la gente no va al teatro, hay que llevar el teatro a la gente”. A esta enseñanza se sumó la necesidad de una confrontación de experiencias con otros grupos teatrales y el referente geográfico de Tacna, una ciudad-vía turística y comercial que podía fortalecerse como un corredor cultural.

— Fue por ello —comenta— que decidimos hacer un festival de teatro alternativo de rápido montaje que permitiera presentar un espectáculo de calidad en todo tipo de espacios: un teatro, una plaza o un salón comunal. Eso haría confrontar nuestras experiencias con otras. Hacemos montajes de fácil armado y desarmado porque estamos convencidos de que es lo mejor. Porque eso nos permite acercar el teatro a la gente.

Luego enviaron solicitudes a las entidades estatales y privadas. Algunos respondieron, otros no. Aquí se sabe que no se cuenta con el apoyo económico necesario y si se quiere concretizar cualquier proyecto, se debe asumir prácticamente la totalidad de la inversión. Y así hicieron los promotores de este festival de teatro alternativo. Aportaron con su esfuerzo y su dinero, conocedores de que su ganancia no sería material. “Ganamos experiencia”, dice Fidel. “Ganamos compartir el teatro con la gente y decirles que sí se puede hacer cosas”, repite. “Ganamos reunirnos nuevamente porque, aunque nunca hemos perdido la idea del colectivo, muchos de nosotros se van distanciando en busca de logros individuales. Pero, el festival siempre nos reúne. Ganamos los aplausos y las sonrisas de los asistentes: Esas cosas bonitas son las que ganamos y nos llenan”.

La crónica apareció en el diario arequipeño El Pueblo el martes 4 de noviembre de 2014.

Fidel Rodríguez viste zapatillas, pantalón con rayas y en su polo puede leerse el logo del evento y del grupo teatral que lo organiza: “Más de nosotros”. Por momentos enrolla y desenrolla cables, desarma trípodes, acomoda tachos de luz, bromea y da indicaciones a sus compañeros. Por momentos, observa las galerías y los palcos ya vacíos, inclina la cabeza y escucha como si tras el silencio volvieran a emerger los aplausos, la risa, el llanto contenido, los suspiros de quienes fueron testigos de la puesta en escena de “Mugris y el reciclador mágico”, “Solo los giles mueren de amor”, “Cuentos del bosque”, “Historia para ser clowntada”, “Informe para una academia”, “El lobo feroz y los tres chanchitos”, “Ejecutor 14”. En las paredes del lugar, entre las cortinas y las construcciones de madera… han quedado guardados los aplausos y los artistas que aún permanecen en el teatro, los escuchan cuando cierran los ojos. Así es como se alimentan, de eso viven: de aplausos y emociones.

—Cuando el público aplaude —comenta Will Salcedo de Toldo Aparte Producciones (Colombia)—, se nos olvidan las dificultades,  nos hacen felices. Los aplausos son nuestro elíxir de la eterna juventud. Encontrarse con personas que acogen tu trabajo es llenarse de satisfacción. Por eso, son tan importantes estos festivales; aunque para hacerlos se necesite de mucha garra, porque no se cuenta con el apoyo estatal necesario y el arte siempre queda relegado al último plano. En muchos lugares sucede lo mismo. A los artistas solo nos queda aferrarnos con las uñas a lo que hacemos.

Desde hace muchísimos años, Fidel Rodríguez viene aferrándose al teatro. Desde aquella actuación del colegio cuando encarnaba a Simón, en un sketch de la canción “El gran varón” de Rubén Blades y uno de los profesores se acercó para decirle: “Oye, tú puedes hacer teatro, eres bueno”.

—Ahí empezó todo —le había dicho Fidel al taxista.

Y si aquel hombre en Lima le habría preguntado además qué hubiera hecho de no ser actor, seguramente hubiese respondido que estaría escribiendo teatro (como ya lo viene haciendo). Porque así se ve, unido de cualquier manera a las tablas. Por ahora, permanece en silencio, quizá para escuchar mejor aquella canción que le viene del pasado: “En la sala de un hospital a las 9 y 43 nació Simón… Alelelelele lelelele aleleleleleeee…”.

miércoles, 30 de julio de 2014

Temporada de portátiles

Armados con carteles, algunos equipados con sus gorros de temporada, banderitas en ristre, rastrillando matracas, dispuestos a los vítores y a las ovaciones, aparecen abriéndose paso, ya en el espesura de la selva de cemento, ya en el rigor de los conos, los "desinteresados" hombres y mujeres de la portátil. Venciendo sed, hambre, cansancio, allí están para alentar a su candidato. ¿Qué los mueve? ¿Qué elevado interés los alienta? ¿Acaso el deseo de una patria mejor? ¿Quizá el amor al líder? Quisiéramos conocer ese oculto motor, desearíamos creer en los altos dones de sus espíritus, anhelaríamos la certeza de sus motivaciones, pero solo la sospechamos, la deducimos, la embadurnamos de nuestras conjeturas mundanas. Su interés, señores, su vulgar interés por un puestito, por unos cobres, por un plato de lentejas, por una mamadera que succionar hasta la sinvergüencería.

Fragmento de una Carlincatura (de Carlín).
No hay infracción en ello, no hay falta, ni condena, si se delinque es por delito de lesa honestidad. Pero que un alcalde distrital con pretensiones al sillón de la provincia cargue con trabajadores ediles y porteadores desde un pueblo alejado hasta la capital del departamento para sentirse celebrado, bañado en "multitud", sí representa una falta si lo hace como lo hizo Antonio Meneses, alcalde de Samuel Pastor (Camaná): despachando permisos médicos a empleados municipales a fin de que lo vitoreen en la presentación de su precandidatura en la Ciudad Blanca (Sin Fronteras, 5.4.14).

Cuando la portátil la conforman subalternos "estimulados" por la directiva de una autoridad superior, como señala la denuncia del programa televisivo Cuarto Poder en el caso de los gobernadores que eran "convocados" a conformar el séquito de aplaudidores y hurreadores del presidente Humala, cuando eso sucede no solo se agrede la honestidad, la humildad, sino también, por extensión, la moralidad.

En una sociedad como la nuestra, tan falta de buenos ejemplos, eso representa un grave daño, un golpe de desaliento, de descreimiento en la gente; no ya en los políticos, que harto tiznados están, sino en los valores de nuestro pueblo, de ese mar de personas que con su voto nos pueden arreglar las cosas o ayudar a mejorarlas. Pero qué importan esos detalles, si estamos en temporada de portátiles y los candidatos camuflados de verde ya han salido a cazar las suyas.

(Aparecido en Diario Sin Fronteras el 5 de abril del 2014)


domingo, 2 de marzo de 2014

Trayectoria del Carnaval

El Carnaval está profundamente relacionado con el Catolicismo. Sin embargo, dado su estatuto multifacético y su proceso de transformación a lo largo de siglos, esta afirmación impele a algunas precisiones. Es evidente que, tal como lo conocemos, no hubiera existido Carnaval sin la oposición de la Cuaresma. Su contraste está genialmente representado en la pintura de Brueghel y en la poesía de Juan Ruiz el Arcipreste de Hita. El primero es el desborde de la fiesta popular, mientras que la Cuaresma es la prohibición eclesiástica. El Carnaval se caracteriza por el goce de los placeres carnales; la Cuaresma, por el maltrato del cuerpo en miras del gozo espiritual. Son diametralmente opuestos, pero no existiría el uno sin la otra. Anotemos que el periodo cuaresmal está inmediatamente después del Carnaval, por lo que se dice que representa una exagerada despedida de la carnalidad para entrar en un periodo de penitencia fundada en la prohibición de la carne (gula y fornicio, principalmente).

Tampoco se duda de que en el ciclo carnavalesco europeo, del cual somos herederos, quedaron incluidas varias fiestas de raigambre pagana. Aún podemos rastrear características de aquellas fiestas en los actuales espectáculos carnavalescos. Intelectuales de la enormidad de Frazer han investigado estas supervivencias paganas y han concluido que estos tipos de fiestas y ritos tienen su origen en el culto primitivo a un dios solar cuya característica principal era su muerte y resurrección anual. No obstante, desde hace mucho se ha visto como antecedente remoto del Carnaval a las saturnales romanas, además de las bacanales (fiestas en honor de Baco) y lupercales (en honor del dios Pan) que se conocieron tanto en la antigua Grecia como en la Roma clásica. El lexicógrafo Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana o española, publicado en Madrid en 1611, señala que los actos que caracterizan al Carnaval “tienen un poco de resabio a la gentilidad y uso antiguo de las fiestas que llamaban Saturnales”.

Para Mijail Bajtin, en su estudio sobre la cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento, las manifestaciones carnavalescas ofrecían una visión del mundo, del hombre y de las relaciones humanas totalmente diferente, deliberadamente no-oficial, exterior a la Iglesia y al Estado. Ya en el siglo XIX, el humorista alemán Juan Pablo Richter anotaba que “fue precisamente en los tiempos de mayor fervor del catolicismo cuando se celebraron las fiestas de los locos y del asno, la representación de misterios y los sermones burlescos del domingo de Pascua”. El carácter cómico, riente del Carnaval se oponía al tono grave y religioso de la época. Era, pues, el periodo de permisividad que consentía la Iglesia.

Huachanacos, fiesta carnavalesca de Camaná. 

En una primera etapa las manifestaciones carnavalescas como las Saturnales eran, según Bajtin, igualmente sagradas y, podría decirse, igualmente "oficiales" que los otros ritos y celebraciones. Esta "oficialidad" solo podía funcionar en grupos relativamente pequeños con lazos sociales densos donde era posible hacer del "otro" alguien familiar. Con el Feudalismo ya no es posible dar la misma categoría a las celebraciones en honor a la nobleza y a manifestaciones cómicas como el Carnaval. Es entonces cuando adquiere un sentido no oficial para transformarse, finalmente, en las formas fundamentales de expresión de la cosmovisión y la cultura populares. Esta característica no oficial destaca en el Carnaval de la Edad Media y el Renacimiento. No obstante, el sentido de oficialidad descrito por Bajtin soslaya la importancia del consentimiento de la Iglesia en la subsistencia anual del Carnaval. Si la Iglesia en cierta manera lo consentía, entonces el carácter de “no oficial” se debilita. Para evitar esta complicación Bajtin acude al caso de Rabelais basándose en que las cosas respetables jamás se confundían con expresiones burlescas y grotescas propias del Carnaval.

Recordemos que en esta etapa la transmisión de la tradición y la cultura es hegemonizada por el clero, sin duda, es en este periodo donde se gesta y refuerza la contraposición del Carnaval, de raíces paganas, con la Cuaresma católica. Para entonces, el Carnaval era vivido, no representado, y la complejidad y riqueza alcanzada son inigualables. Son los elementos carnavalescos de este periodo los traídos a América, con los cuales confluyeron tradiciones populares y religiosas prehispánicas, además de africanas.

El auge demográfico después del Descubrimiento presiona las urbes aún estables de Europa, la cantidad de hombres sin amo aumenta, la idea tradicional de los pobres como bendecidos por Dios y objeto favorito de la caridad católica fue sometida a una revisión exhaustiva y general. Los fuertes lazos sociales de las pequeñas ciudades han terminado por diluirse y la cultura popular es deformada por la focalización asimétrica de la alta cultura. Por eso las manifestaciones carnavalescas son vistas cada vez más como propias de las clases subalternas, del vulgo iletrado y grosero. Lo que se da, principalmente, desde la segunda mitad del siglo XVII. Los ritos y espectáculos carnavalescos sufren un proceso de reducción y empobrecimiento. El Carnaval es considerado una costumbre del vulgo sin instrucción y sin gusto. En esta etapa encontramos los primeros indicios de la separación entre espectadores y participantes de la fiesta. 

Con la aparición del Romanticismo se renueva la importancia del Carnaval, aunque como algo exótico, la fortaleza de la universalidad regeneradora que tenía en la Edad Media se va diluyendo en un exotismo individualista, representado por el auge de circos y artistas de feria. Durante todo este tiempo la cultura cómica popular, indestructible, sufrió los cambios que le imponía el avance de la sociedad humana. El carnaval en los países de América Latina mantiene las venas occidentales, pero también se renueva, como ya dijimos, congregando elementos indígenas y africanos. En realidad es en esta parte del orbe donde la festividad conserva su fuerza regeneradora y universal. A primera vista parece significativo que el carnaval más grande (Brasil) y el más largo del mundo (Uruguay) estén en nuestro continente, pero eso responde también a cuestiones socioeconómicas que resumimos en los siguientes párrafos.

La etapa actual del Carnaval está caracterizada por la constitución de un espectáculo fundado en la distinción entre participantes y espectadores; a pesar de que mantiene, cómo no, algunos de sus rasgos primordiales, ha perdido unidad y apenas si muestra una intención renovadora. Recordemos lo que dice Bajtin sobre el Carnaval de la Edad Media y el Renacimiento: “no era una forma artística de espectáculo teatral, sino más bien una forma concreta de la vida misma, que no era simplemente representada sobre un escenario, sino vivida en la duración del carnaval”. No en vano en las primeras décadas del siglo pasado el menospreciado escritor francés Jean Richard Bloch sustentaba la muerte del Carnaval.

La alegría y desorden característico del carnaval ya no toman por asalto las calles, es más bien una celebración que se prepara y planifica. La consolidación del régimen capitalista, basado en los principios laicos de la Ilustración, provoca el abandono de todo aquel sentido de colectividad y de participación social, el Carnaval pierde su capacidad de convocatoria y se vuelve un festejo que cada grupo social celebra a su manera.

El desarrollo del carnaval urbano contemporáneo se caracteriza por el desfile de comparsas en las calles y el apoyo de las diferentes instituciones gubernamentales a las fiestas. El Estado ha suplido la función que tenía la Iglesia, sin embargo, su actuación es oficial, propiamente dicha. El Carnaval es destinado a lugares como el zambódromo (Brasil), corsódromo (Argentina) o a circuitos de calles, dentro de cuyos límites se desarrolla la festividad. Lo que comprueba el primer punto del libro La sociedad del espectáculo de Guy Debord: “Toda la vida de las sociedades en las que dominan las condiciones modernas de producción se presenta como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que era vivido directamente se aparta en una representación”.
Los Huachanacos se celebran todos los miércoles de ceniza.

La velocidad de las comunicaciones acentúa el intercambio cultural dando como resultado un mundo urbano multicultural. El Carnaval, fiel a su carácter multifacético, va apropiándose de elementos extranjeros, a la vez va perdiendo los rasgos adoptados en sus anteriores etapas, lo que generalmente se considera de forma negativa, pero en realidad responde al espíritu mismo del Carnaval. Un aspecto interesante de esta apropiación cultural es que, a diferencia de la complementariedad de épocas anteriores, el elemento oral (escarnio verbal, etc.) es desplazado dramáticamente por el elemento visual (baile), es el predominio del homo videns para el cual la palabra está destronada por la imagen.

En el Carnaval no existía división entre espectadores y participantes, por lo que en la actualidad ha perdido gran parte de su organicidad e influencia sobre la vida y el destino del hombre. La proliferación de butacas y escenarios es claramente una característica de la espectacularización del Carnaval de nuestros tiempos. Este se ha convertido en una mercancía turística, en un recurso aprovechable por las instituciones estatales, banalizando su importancia en la concepción dramática del ser humano sobre el mundo.

  
Antes de concluir es pertinente anotar que por motivos de espacio hemos desarrollado solo un elemento en la trayectoria histórica del Carnaval, como es el aspecto social. No obstante, conocemos también la importancia para la espectacularización del Carnaval del cambio en la filosofía del tiempo, que abordaremos con detalle en otra ocasión. 

El pueblo de San José es el lugar donde se realizan los Huachanacos.

miércoles, 22 de enero de 2014

Los muchachones manos de tijera

Por sus manos han pasado las cabezas más brillantes de varias generaciones. Ellos se han encargado por décadas de dar estilo al tabernáculo de nuestra inteligencia. Miguel, Serafín y Santiago no solo tienen en común sus nombres angélicos sino también el trabajo, son peluqueros, cada uno con más de 50 años moldeando, a tiejeretazos, rebeldes melenas.

Nota aparecida en Correo Arequipa
OFICIO Y BENEFICIO. Hasta hace unas décadas, el arte de peluquero se aprendía de manera empírica, había un maestro que entrenaba a un aprendiz hasta que este podía hacerlo solo. Don Miguel Carrillo Castillo ha sobrepasado los 70 años y una nube azulina cubre parte de su ojo izquierdo, sin embargo, sus clientes confían ciegamente en su precisión con la tijera y la máquina de afeitar. A él le enseñó el oficio su hermano mayor, dueño de la peluquería en la que trabaja, ubicada a escasas cuadras de la iglesia de Chapi Chico. Don Miguel corta el pelo solo a varones y ha llevado su destreza hasta la selva. Allí los hombres quieren cortes más extravagantes, nos dice, en cambio, aquí nadie le ha pedido un peinado “como el de Carlos Cacho, por ejemplo”.

“ABRAN PASO AL FACTÓTUM”. En la ópera “El barbero de Sevilla”, Fígaro se precia de ser el mejor barbero de toda la ciudad, pero además es un factótum, es decir, un mil oficios. Este título le calzaría bien a don Serafín Beltrán Cabana, que ha sido taxista, camionero, peluquero y médico naturista. “Cabanita”, como se le conoce en el mundo de las tijeras y los espejos, tiene su peluquería frente al mercado La Chavela, un modesto espacio que sobrevive orgullosamente al tiempo. Don Serafín recuerda bien el primer día que se independizó . Su negocio, como las grandes empresas, tiene bien clara su fecha de nacimiento: 15 de septiembre de 1965, aunque don Serafín ya llevaba para entonces años en el oficio.

ENTRE PIES Y CABEZA. El poeta Walt Whitman escribió en cierta ocasión que “un hombre no es solo lo que está comprendido entre pies y cabeza”. Por supuesto, una persona como don Santiago Quichca Quispe es mucho más que eso. Puneño de nacimiento, entre sus aficiones supo conjugar cabeza y pies. Ya perdió la cuenta de todos los años que lleva al cuidado del estilo de cabezas ajenas, pero recuerda vivamente cómo una rotura de clavícula alejó a sus hábiles pies de las canchas de fútbol.
Don Santiago tiene su local cerca al parque San Antonio en Miraflores, y dice que siempre ha estado en ese distrito porque es más popular.

TODO CAMBIA. Los oficios de artesanos han variado con el tiempo, a veces nos embarga cierto romanticismo por lo antiguo, pero el cambio es signo de la vida. Parafraseando una canción de Charly García: Todo puede desaparecer, pero los peluqueros del barrio van a desaparecer.

Maestro "Cabanita", peluquero, taxista y santiguador.

domingo, 12 de enero de 2014

La calor arrecia. Salid sin duelo, lágrimas y sudores, corriendo

Ya la insana canícula está ladrando sus llamas. Los caniculares son los días de más fuerte calor, deben su nombre a la aparición de Sirio, estrella de la constelación del Can Mayor, en el horizonte de los antiguos romanos. Canícula, dicen, significa perrita (de canis, perro; y -culus, diminutivo). Cuentan, también, que Sirio, La Abrasadora, dejaba a los hombres acezando cual perros en la sombra, de allí el vocablo y su relación con la sed.

El verano ha sido en la historia de la literatura una concurrida estación en la ruta del tranvía llamado amor. Su ardiente condición ha servido de metáfora a los afanes y cuitas de la pasión. Por ejemplo, la frase inicial de este artículo es un parafraseo del soneto de Quevedo en cuya estrofa final se lee:

Sólo del llanto de los ojos míos
no tiene el Can Mayor hidropesía,
respetando el tributo a tus desvíos.

El Gran Perro no sufre dicha enfermedad, como puede pensarse, sino una sed inmensa solo aplacada por las tantas lágrimas vertidas por el poeta en crédito de los desafectos de su amada; pues, como bien ha señalado Covarrubias (1611), hidropesía “algunas veces se toma por avaricia, porque el hidrópico por mucho que beba nunca apaga su sed, ni el avariento por mucho que quiera, su codicia”.

Atardecer en Skagen (1899), Peder Severin Kroyer.

Sed de ti que en las noches me muerde como un perro, canta Neftalí Reyes Basoalto, cuyo nombre para la Historia es Pablo Neruda. Tengo una sed de perro, repiten mucho mis paisanos.

En la Égloga I de Garcilaso, príncipe de los poetas españoles, el pastor Salicio se quejaba tan dulce y blandamente:

¡Oh más dura que mármol a mis quejas
y al encendido fuego en que me quemo
más helada que nieve, Galatea!
Estoy muriendo, y aun la vida temo…

La hermosa Galatea había traicionado su amor, por lo que siempre está en llanto [su] ánima mezquina, cuando la sombra el mundo va cubriendo o la luz se avecina.

Narra el desdichado Salicio que en sueños vio su mal anunciado, mas lo reputó por desvarío:

Soñaba que en el tiempo del estío
llevaba (por pasar allí la siesta)
a abrevar en el Tajo mi ganado;
y después de llegado,
sin saber de cuál arte,
por desusada parte
y por nuevo camino el agua s’iba;
ardiendo yo con la calor estiva,
el curso enajenado iba siguiendo
del agua fugitiva.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

En lo sueños y en la poesía todo es simbólico, los sentimientos de Salicio son el ganado que busca refrescarse del verano bebiendo en el Tajo el líquido del amor; Galatea, el agua fugitiva que perseguía; la sed y la calor, las ansias y el ardor del amante.

Una noche de verano (1890), Abert Joseph Moore

Ya se viven los caniculares. A la gente las altas temperatura, cual perros rabiosos, le han despedazado las ropas; y es que los vestidos se parecen a los salarios, cada vez más recortados. Mis paisanos, contraviniendo, sin saber, lo recomendado por la Academia de la Lengua, pronuncian hace mucha calor, en femenino, yo también lo digo. El clima ha madurado los infantiles anhelos y los sueños de las noches de verano se han erotizado. Según los psicólogos, en esta época hay más enamoramientos y separaciones, el verano es la estación a la que arriba el tranvía del amor, pero de la cual también se marcha, pues verano es la única temporada que tiene días perros.

Camaná, enero de 2014

miércoles, 8 de enero de 2014

Tres frases de El Perich para perder la concentración de miedos

1. ¡En qué sociedad vivimos que hasta los ceros, para ser algo, han de estar a la derecha! 

2. Fe es creer lo que no vemos. O sea que es posible que existan los derechos humanos.

3. Hay tipos a los que no es preciso insultarlos, basta con describirlos.

Nota: Jaume Perich fue un humorista catalán como los que hacen falta desde que tuvo la gracia de morirse.

martes, 7 de enero de 2014

Quencha

La luz de la tarde se amontona hacia el horizonte en un caos anaranjado y celeste. Al lado de los puestos de sánguches aparecen ahora pequeñas parrillas con caparinas y anticuchos. Algunos comensales estaban ya borrachos y se notaban sus ganas de regresar a la fiesta. Del interior del local venía la voz del animador que presentaba al siguiente grupo musical.
   Julio, desde su taxi cuadrado al otro lado de la calle, veía cómo ingresaban al complejo algunos conocidos suyos. Estaba de malas, había correteado mucho para pocos servicios. Sabía que su mala suerte comenzó por la mañana, cuando salió al patio a lavar su ropa y una de las gallinas de su cuñado imitaba, aleteando, el canto del gallo.
   Raras veces trabajaba los domingos. A mediodía, luego de limpiar el salón de su taxi, se sorprendió convenciéndose a sí mismo de que las fiestas del barrio vecino serían buena ocasión. Además, no habría nadie en casa y no pensaba quedarse solo con esa gallina cantando en el patio.
   Tras buen rato sentado se apeó convencido de que era mejor llamar a Olguita para dar una vuelta que quedarse allí rumiando su mala racha. Y en eso estaba cuando sintió abrir una de las puertas de su auto: un tipo agarrado y doña Sonia ayudaban a subir a Raúl, que balbuceaba de dolor. Una vez que lo acomodaron, la señora fue a sentarse en el lugar del copiloto.
   –¡Al hospital, al hospital! –repitió, mientras que el corpulento rodeó el auto velozmente para entrar por la otra puerta trasera.
   Julio conocía a Raúl por las pichangas, al otro tipo, más bien, nunca lo había visto. Cuando arrancó, pudo ver por el retrovisor que en la puerta del local dos hombres contenían a una mujer que gritaba enloquecida el nombre del herido. Raúl, tratando de mirar para atrás, gruñó algo que el taxista no pudo distinguir. Recién entonces se dio cuenta de que aquel estaba sangrando. “A esos tonos siempre entran maleados, pero este flaco nunca se mete con nadie”, pensó.
   –Compa, parece que te gustara el golpe –le dijo el otro en tanto que desplegaba el brazo por encima de sus hombros para evitar que voltee. 
   –Sí, sí Raulito deja ya, y apriétate fuerte. Marco, que se apriete fuerte.
   El taxista miró las manos de Raúl intentando contener el borbollón de sangre, el tal Marco lo recostó un poco sobre sí y le forzó la mano para que se presionara la herida. Oiga, por favor, que no me manche el asiento, dijo.
   Raúl no paraba de quejarse. Ya olvídate de esa loca, le repetía su amigo. El taxista recordó haberlo visto muchas veces discutiendo con su mujer. La última fue el viernes en la pichanga. Ella apareció justo después de que el equipo de Raúl ganara una de las semifinales, se quedó cerca a la entrada mirándolo con los brazos cruzados, el Flaco se le acercó y juntos fueron a un costado de la cancha. Raúl se sentó en la primera gradería y ella de pie movía violentamente los brazos, le reclamaba por dinero, por jugar pelota en vez de estar trabajando. El Flaco, sin levantar la mirada del suelo, estremecía los hombros como si temiera que le caiga un pelotazo en la cara. Luego de varios minutos, la mujer salió rauda y él se acercó a donde estaban sentados los de su equipo que lo vacilaron por un rato.
   Raúl tiraba su bola. Ese día su equipo era favorito para llevarse las dos cajas de cerveza. En el primer partido había hecho un buen gol: un toquecito suave al costado izquierdo del arquero. Un jugador fino el Flaco, con poca garra pero fino como pocos. En el último partido de ese campeonato relámpago no le salió una; igual su equipo se quedó con el premio. Pensar que esa noche tomaron hasta muy tarde, y ahora está como está.
   Las frases balbuceantes dieron paso a hondas lamentaciones de dolor.
   –No es nada, compita, tranquilo –intentaba calmarlo su amigo.
   –¡Dios santo, no te pongas así…! Vas a estar bien. Pero también tú, pues, sobrino, cómo dejas que tu mujer te... 
   –No diga usted nada... Ya Raúl, olvídate, ya las pagará –replicó Marco.
   –Sí, Raulito, mejor; ahorita llegamos.
   Raúl ni siquiera parecía escucharlos, tampoco dijeron más. En el momento que el taxista tomó la avenida Jesús aceleró como nunca, los postes de alumbrado público ya estaban encendidos, frente a él, más allá de la ciudad, los celajes habían sido devorados por una enorme nube gris. Las expresiones de dolor cesaron, en cambio hubo un ronquido tenue, semejante al sonido que hacen los gallos cuando ven atravesar, alta en el cielo, la sombra de un gallinazo. Cuando el taxi bajaba veloz por la avenida Los Incas, Julio miró por el retrovisor: el tipo grueso miraba consternado hacia adelante, Raúl tenía la cabeza tirada para atrás, estaba más pálido. Tomó con fuerza el volante y sintió algo de frío, una cosa así como miedo, hizo un movimiento rápido para poder ver para atrás:
   –¡El asiento! ¡Mire el asiento! ¡Mire! ¡Mire! –gritó mientras disminuía la velocidad para tomar la curva hacia Emergencia.

Foto tomada de http://diariosdeunabicicleta.blogspot.es/i2008-03/4