domingo, 12 de enero de 2014

La calor arrecia. Salid sin duelo, lágrimas y sudores, corriendo

Ya la insana canícula está ladrando sus llamas. Los caniculares son los días de más fuerte calor, deben su nombre a la aparición de Sirio, estrella de la constelación del Can Mayor, en el horizonte de los antiguos romanos. Canícula, dicen, significa perrita (de canis, perro; y -culus, diminutivo). Cuentan, también, que Sirio, La Abrasadora, dejaba a los hombres acezando cual perros en la sombra, de allí el vocablo y su relación con la sed.

El verano ha sido en la historia de la literatura una concurrida estación en la ruta del tranvía llamado amor. Su ardiente condición ha servido de metáfora a los afanes y cuitas de la pasión. Por ejemplo, la frase inicial de este artículo es un parafraseo del soneto de Quevedo en cuya estrofa final se lee:

Sólo del llanto de los ojos míos
no tiene el Can Mayor hidropesía,
respetando el tributo a tus desvíos.

El Gran Perro no sufre dicha enfermedad, como puede pensarse, sino una sed inmensa solo aplacada por las tantas lágrimas vertidas por el poeta en crédito de los desafectos de su amada; pues, como bien ha señalado Covarrubias (1611), hidropesía “algunas veces se toma por avaricia, porque el hidrópico por mucho que beba nunca apaga su sed, ni el avariento por mucho que quiera, su codicia”.

Atardecer en Skagen (1899), Peder Severin Kroyer.

Sed de ti que en las noches me muerde como un perro, canta Neftalí Reyes Basoalto, cuyo nombre para la Historia es Pablo Neruda. Tengo una sed de perro, repiten mucho mis paisanos.

En la Égloga I de Garcilaso, príncipe de los poetas españoles, el pastor Salicio se quejaba tan dulce y blandamente:

¡Oh más dura que mármol a mis quejas
y al encendido fuego en que me quemo
más helada que nieve, Galatea!
Estoy muriendo, y aun la vida temo…

La hermosa Galatea había traicionado su amor, por lo que siempre está en llanto [su] ánima mezquina, cuando la sombra el mundo va cubriendo o la luz se avecina.

Narra el desdichado Salicio que en sueños vio su mal anunciado, mas lo reputó por desvarío:

Soñaba que en el tiempo del estío
llevaba (por pasar allí la siesta)
a abrevar en el Tajo mi ganado;
y después de llegado,
sin saber de cuál arte,
por desusada parte
y por nuevo camino el agua s’iba;
ardiendo yo con la calor estiva,
el curso enajenado iba siguiendo
del agua fugitiva.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

En lo sueños y en la poesía todo es simbólico, los sentimientos de Salicio son el ganado que busca refrescarse del verano bebiendo en el Tajo el líquido del amor; Galatea, el agua fugitiva que perseguía; la sed y la calor, las ansias y el ardor del amante.

Una noche de verano (1890), Abert Joseph Moore

Ya se viven los caniculares. A la gente las altas temperatura, cual perros rabiosos, le han despedazado las ropas; y es que los vestidos se parecen a los salarios, cada vez más recortados. Mis paisanos, contraviniendo, sin saber, lo recomendado por la Academia de la Lengua, pronuncian hace mucha calor, en femenino, yo también lo digo. El clima ha madurado los infantiles anhelos y los sueños de las noches de verano se han erotizado. Según los psicólogos, en esta época hay más enamoramientos y separaciones, el verano es la estación a la que arriba el tranvía del amor, pero de la cual también se marcha, pues verano es la única temporada que tiene días perros.

Camaná, enero de 2014

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