Cada vez asisto menos a presentaciones de libros (si un libro es un mundo,
a mí me gustaría descubrirlo, no que me lo presenten). Dicen que uno debe
elegir sus lecturas como escoge a sus amigos; yo tengo varios libros a los que
solo me los han presentado.
Con tantos jóvenes ingenios escribiendo, Arequipa debiera ser la ciudad con
más agudeza literaria, pero literal y literariamente no tiene nada de aguda,
porque está grave.
He oído decir en cada uno de esos eventos cómo el libro presentado ha
innovado la literatura “local, nacional y, por qué no, mundial”. Son tantos los
que pasan por innovadores, revolucionarios y vanguardistas que lo más atrevido
es no ser revolucionario. En su afán de superar todas las vanguardias, los
escritores locales se olvidan de echarle una miradita a la tradición.
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Don Mariano A. Cateriano. |
Mariano Ambrosio Cateriano, el más nombrado de los tradicionalistas locales,
publicó en 1881 Tradiciones arequipeñas o
recuerdos de antaño. A pesar de que sus críticos han destacado sus trabajos
historiográficos, ese conjunto de narraciones constituye lo más interesante y
original de su obra.
Uno de los relatos de aquel libro titula La alcancía de Doña Macrovia, y no solo es una demostración de que
Cateriano hizo correr la pluma con donaire, sino que es también en nuestro
medio el antecedente más remoto de una “moda vanguardista”. Juego tipográfico o
caligramas narrativos, llámenle como prefieran, el hecho es que ciertos
narradores y ensayistas locales que actualmente lo practican sostienen la vana
presunción de ser innovadores, como si eso solo bastara para crear un texto
literario.
Al inicio del relato, Cateriano intenta describir a la protagonista sin
seguir el orden de los renglones, colocando por aquí y por allá las palabras y
situando mayúsculas, paréntesis, cursivas y llaves a capricho, todo para
demostrar que doña Macrovia de Colmenares y Escobedo era “tan exótica como la
ortografía con que va escrito este preludio”.
En realidad, los juegos tipográficos no son exclusivos de esa tradición,
también aparecen en otras de Cateriano, pero es en La alcancía de doña Macrovia donde es más arriesgado.
Los acérrimos seguidores de esta moda (actual y vanguardista, recordemos)
recibirían con un signo de interrogación dibujado en su rostro la noticia de
que ya muy entrado el siglo veinte, Alfredo Arispe, otro narrador paisano
nuestro, también aplicó este tipo de recursos, en su cuento Alma de Pólvora, por ejemplo.
Hasta aquí podríamos alegar que esos caligramas son desusados en el siglo
XIX (digamos un fecha, 1881) y por entonces podían tildarse de original e
innovador. Todavía pasado media centuria, cuando a las estudiantes de
mecanografía les encargaban dibujitos en Olivetti, al estilo del Poema en forma de pájaro de Jorge
Eduardo Eielson, podía favorecerse a los versos destinados a producir un efecto
plástico con la etiqueta de vanguardista; sin embargo, en los tiempos que
corren, con tantos programas de computación y ventajas tecnológicas, no le
encuentro adjetivos tan encomiásticos.
Recordemos que primero esta moda invadió hace algunos años a unos
aspirantes a poetas, mas no pasó mucho para que los narradores se vieran contagiados
y ahora se ha extendido vorazmente entre los cultores de todos los géneros, quienes
se dejan enviciar por la vana y solitaria idea de ser intrépidos creadores.
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Imagen de la edición de 1881 del libro de Cateriano. |
No sé qué emoticono inspirará su rostro cuando estos “vanguardistas”
recuerden lo que anotó Michael de Montaigne hace más de cuatro siglos, mientras
rememoraba los enormes poemas en forma de alas y hachas que hacían los griegos
antiguos: “Existen sutilezas frívolas y vanas por medio de las cuales buscan a
veces los hombres el renombre” (Ensayos
de Montaigne, Libro I, Capítulo LIV).
Un cuento o un ensayo no son “geniales” por algo tan primario como un
efecto plástico. La literatura, el arte en general, no debe ser reducida al
solo placer estético –como piensan los posmodernos frívolos–, sino debe haber
también un sentido ético. Por eso, cuidado con la doñamacrovialización de la literatura, no vaya a ser que, como la
protagonista de la tradición de Cateriano, nos convirtamos en testigos de un
crimen y decidamos cerrar la puerta y apagar la vela.