Unas cuadras antes de llegar, mientras el taxi se detuvo
por el tráfico, recién dijo algo:
–No es necesario que vayamos. Además,
yo nunca lo conocí.
–Álex, ya conversamos sobre eso –traté
de ser amorosa.
Lo miré asentir, luego volteó hacia la
ventanilla y con gesto de fastidio preguntó:
–¿Por qué huele así?
–Es el terminal pesquero –señalé.
En ese momento el auto gruñó al tomar
la curva que desemboca en la Av. Alcides Carrión. Le dije al chofer que se
detuviera un momento, pero apenas se estacionó dijo "son tres soles
señora".
–Un rato, por favor –arreglé la
corbata de Álex, le acaricié el mentón y le dije que era un muchacho guapo.
–Mejor bajemos –dijo.
–Está bien –total, solo estábamos a
una cuadra.
Le puse mala cara al taxista y le
extendí tres monedas. Al descender, observamos frente al lugar donde íbamos a
una joven que intentaba parar un taxi. Tendría un par de años más que Álex.
Caminamos hacia allí, él caminaba despacio. El sol nos daba directamente al
rostro, eran casi las once de la mañana, a esa hora el sol de Arequipa es
insoportable. Unas pequeñas gotas de sudor brillaban en su frente, saqué un
poco de papel higiénico de la cartera y se lo di.
–Huele feo, ¿verdad? –dijo.
–Sí, así huele siempre.
En la puerta del lugar había una
corona de flores y a su costado, un trípode que sostenía un cartelito donde
estaba escrito un nombre largo. Álex se detuvo a leerlo. Antes de continuar
hizo un gesto que me recordó mucho a su padre.
En la entrada hay un par de asientos y
una mesita con un florero. Es un hall que hacia la derecha comunica a un amplio
salón rodeado de muebles, y por el otro lado con una sala pequeña, también
rodeada de asientos. Ingresamos a la derecha, saludamos a media voz a las
personas que estaban cerca y atravesamos el salón para sentarnos en un mueble
vacío. Contra lo que pensé, había poca gente. Nadie que conozca.
Al fondo estaba el féretro, lo
rodeaban cuatro lámparas y algunas coronas florales. Un mozo nos ofreció café,
yo tomé uno de la bandeja, Álex no quiso. Poco a poco se fueron llenando los
asientos vacíos, pero no reconocía a nadie. Frente a nosotros, del otro lado
del salón, una señora de edad se acercó al mozo, quien luego de asentir, salió
apurado. Al rato volvió con un tubo de ambientador y lo roció por todo el salón.
–¿Álex, cariño, no quieres verlo?
–Dijiste que no me lo pedirías.
–No te lo estoy pidiendo, solo te he
consultado.
–Pues no, no quiero.
El lugar ya se miraba repleto, un tipo
gordo estaba junto a Álex. La gente iba mucho al baño, y los que permanecían
sentados se llevaban la mano a la nariz dándose aire. Todos parecían conversar
del mismo tema. El mozo encendió una barita de incienso pero la situación no
cambió. Álex no podía acomodarse en el asiento y bufaba a cada rato.
En ese momento llegaron la esposa y
las hijas. El nombre de la mayor es Antonella, la otra debe ser menor que Álex,
no me había enterado que tuvo otra hija. Fueron a sentarse en un mueble del
fondo. La niña lloraba en el hombro de su mamá, Antonella triste acariciaba la
madera del ataúd. La señora no me había visto, hasta ahora no sabía cómo iba a
reaccionar.
“¡Por qué papá, papito por qué!”
Antonella perdió la compostura y lloraba. Se aferró de tal manera al cajón que
lo hizo tambalear, la niña también largó el llanto. Dos mujeres intentaron
apartar a la muchacha: ¡Por qué papá! ¡No, papito no! En ese momento, Álex se
paró, intenté cogerlo pero tiró el codo con fuerza, salió corriendo y en la
puerta tropezó con el mozo haciéndole caer las tazas que traía en la bandeja.
Fui detrás de él sin mirar para ningún lado. ¡Álex! ¡Álex! Por la avenida
pasaban autos a mucha velocidad, llegué a verlo cruzar hasta la berma central
donde no pudo más y se agachó a vomitar.
Adentro se había formado un barullo y algunas personas habían salido tras de mí. Volteé para ver quiénes eran, no estaba la señora pero alguien pareció reconocerme. No dije nada, esperé a que hubiera pocos y crucé la pista. Le alcancé papel higiénico y sobándole la espalda le dije: Está bien, ya está bien, tranquilo, vámonos.