Luego del faisán con espárragos y el helado de trufas, Joyce, el único sin traje de etiqueta, empezó a beber
resueltamente. A su costado había un asiento vacío, al parecer apartado para
alguien que, por supuesto, ya no se atrevería a llegar después del postre. La
cena era en honor al estreno del ballet cómico “Renard”, de Igor Stravinsky, presentado
en la Ópera de París por los Ballets Rusos de Serge Diaghilev.
Con sus gruesos anteojos de caricatura, Joyce miraba a Pablo
Picasso beber tanto como él. Stravinsky y
Diaghilev, cansados de las tensiones del día, tuvieron que retirarse pronto. A
la una de la madrugada los mozos levantaron los restos de comida, una hora
después, Picasso, ebrio, hundía la frente en la mesa: plantó pico. Joyce aún
sostenía una soberbia borrachera irlandesa: bufaba y eructaba con ganas.
En ese momento, llegó al majestuoso salón un tipo pequeño
envuelto en pieles y afeites, saludando a uno y otro lado como una rata
afectada y engominada. Este era el momento que los anfitriones, los esposos Sydney
y Violet Schiff, habían estado esperando, la reunión al fin de sus dos novelistas
favoritos: James Joyce y Marcel Proust. De hecho que al autor de “Ulises”,
borrachísimo como estaba, le hizo mucha gracia que Proust llegase tarde, en busca del tiempo perdido.
James, codeado, con una mano en el mentón y la otra
maniobrando siempre una copa de champagne, oía cómo Marcel, con largas y graves
frases, le preguntaba si conocía a tal o cual duque, eran tan largas las frases
que James solo se atrevía a responder con un no.
Marcel, tendiéndole a su colega una mirada de san Bernardo,
compasivo además con su inapropiado traje, respondió a la pregunta de madame
Schiff de si había leído la novela “Ulises” con un simple no.
Sydney, un tipo acomodado cuyo pasatiempo favorito era demostrar
su falta de talento para escribir novelas, y su esposa Violet, reconocida
casamentera, lo que comprueba que construía a sus personajes mejor que su
marido, habían planeado reunir a estas dos figuras con la sana intención de
copar sus futuras reuniones con sabrosos chismes y vanos alardes. Sin embargo,
el encuentro no tuvo lo que esperaban, por lo que poco hablaron de lo sucedido,
cerniéndose así una densa neblina sobre aquella noche en el hotel Majestic.
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