martes, 4 de junio de 2013

Siglo XX a la mesa (18 de mayo de 1922)

Luego del faisán con espárragos y el helado de trufas, Joyce, el único sin traje de etiqueta, empezó a beber resueltamente. A su costado había un asiento vacío, al parecer apartado para alguien que, por supuesto, ya no se atrevería a llegar después del postre. La cena era en honor al estreno del ballet cómico “Renard”, de Igor Stravinsky, presentado en la Ópera de París por los Ballets Rusos de Serge Diaghilev.


Con sus gruesos anteojos de caricatura, Joyce miraba a Pablo Picasso beber tanto como él. Stravinsky y Diaghilev, cansados de las tensiones del día, tuvieron que retirarse pronto. A la una de la madrugada los mozos levantaron los restos de comida, una hora después, Picasso, ebrio, hundía la frente en la mesa: plantó pico. Joyce aún sostenía una soberbia borrachera irlandesa: bufaba y eructaba con ganas.

En ese momento, llegó al majestuoso salón un tipo pequeño envuelto en pieles y afeites, saludando a uno y otro lado como una rata afectada y engominada. Este era el momento que los anfitriones, los esposos Sydney  y Violet Schiff, habían estado esperando, la reunión al fin de sus dos novelistas favoritos: James Joyce y Marcel Proust. De hecho que al autor de “Ulises”, borrachísimo como estaba, le hizo mucha gracia que Proust llegase tarde, en busca del tiempo perdido.


James, codeado, con una mano en el mentón y la otra maniobrando siempre una copa de champagne, oía cómo Marcel, con largas y graves frases, le preguntaba si conocía a tal o cual duque, eran tan largas las frases que James solo se atrevía a responder con un no.

Marcel, tendiéndole a su colega una mirada de san Bernardo, compasivo además con su inapropiado traje, respondió a la pregunta de madame Schiff de si había leído la novela “Ulises” con un simple no.

Sydney, un tipo acomodado cuyo pasatiempo favorito era demostrar su falta de talento para escribir novelas, y su esposa Violet, reconocida casamentera, lo que comprueba que construía a sus personajes mejor que su marido, habían planeado reunir a estas dos figuras con la sana intención de copar sus futuras reuniones con sabrosos chismes y vanos alardes. Sin embargo, el encuentro no tuvo lo que esperaban, por lo que poco hablaron de lo sucedido, cerniéndose así una densa neblina sobre aquella noche en el hotel Majestic.

Nos ha quedado que ambos genios de la literatura no se llevaron bien y no tuvieron tiempo para remediarlo, pues seis meses después de aquella noche muere Proust. Joyce nunca disculpó la indiferencia del genio francés a su novela y cuando pudo respondió con sarcasmo sobre la obra del parisién. Por ejemplo, en una parte de su diario dice: “Los lectores llegan al final de las frases de Proust antes de que él termine de escribirlas”. Lo cierto es que Proust no pudo leer “Ulises” pues estaba absorbido por culminar su monumental y espléndida “En busca del tiempo perdido”.

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