jueves, 26 de diciembre de 2013

El hombre que lo sabía todo sobre Marilyn

“¡Respuesta ganadora!” No sabremos nunca la clase ni el grado de emoción que desató esta frase en Miguel Ángel Guevara Zevallos cuando la oyó decir al desaparecido conductor de televisión Pablo de Madalengoitia. El mollendino, entonces de 36 años de edad, acababa de responder a “La pregunta de los 10 millones de soles”.

Miguel Ángel Guevara en su estudio
Corría el año 1983 y en los programas concurso de ese tiempo las interrogantes eran antojadizas y rebuscadas, como aquella pregunta final que le hicieron al joven concursante cuyo tema era el Mundial de Fútbol de 1974: “¿Qué se sirvió en la mesa del campeón?”; o la caprichosa cuestión que le plantearon al nuevaolero Rully Rendo, quien participaba con inusitado éxito respondiendo sobre Oscar Wide: “¿Cómo se llamaban el decorador y el arquitecto de la casa donde Oscar Wide pasó sus años de casado?”.

Sin embargo, Miguel Ángel Guevara Zevallos, un hombre que cursó toda su educación básica en una provincia arequipeña y que había abandonado su carrera de educación para irse a estudiar cine en Lima, había logrado lo que pocos: ganar el premio mayor, 10 millones de soles y un viaje por las principales capitales europeas.

CAMINOS DE LA VIDA. Cuentan que las paredes graban para siempre el sonido de los pasos de aquellos que mucho trajinaron por sus pasadizos; aun si fuera así, los anchos muros de sillar de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNSA nunca guardarán los pasos de “Miguelito”, su delgada figura va de un lado a otro sin el menor ruido; de no ser por la viveza y la amabilidad de su rostro, diría uno que es un alma atrapada en este mundo.

Extraños son los caminos de la vida, en un primer momento Miguel Ángel quería ser profesor de educación física e iba rumbo a ello, pero a los 22 años, sin más razón que su irremediable pasión por el cine, decidió virar totalmente de dirección: viajó a la capital y se inscribió en la carrera de cinematografía en la Universidad de Lima, donde trabaría amistad con el reconocido cineasta peruano Pancho Lombardi.

Marilyn Monroe
RUBIA DEBILIDAD. “Yo era muy amigo de Pancho –nos cuenta Miguel–, una tarde que fui a visitarlo encontré en su casa a Guido Lombardi, él le había prestado unos libros a Pancho, entre ellos estaba el de Marilyn Monroe escrito por Norman Mailer, pero delante de mí, Guido le advirtió que no se lo prestase a nadie. Yo quería leer ese libro, por eso me metí al concurso con el tema de Marilyn, para que me lo presten”.

Los programas concurso de antes no eran como los de ahora, cuyos participantes no saben responder ni a las más elementales cuestiones de la Aritmética y no se hable de la Historia. Los programas de Pablo de Madalengoitia exigían un alto grado de conocimiento.

“Me preparé durante cinco meses, estudiaba diez horas al día. Algunos amigos me alentaron; Ricardo Bedoya me prestó tres libros sobre Marilyn, que finalmente me los regaló. Llegué a pensar que no me convocarían para el programa, pero me llamaron”.

ODISEA EN EUROPA. Los diez millones de soles equivalían entonces a diez mil dólares, sin embargo, lo que le interesaba más a Miguel era el viaje a Europa, pero aún debía cumplir con su función de fotógrafo en el rodaje de Maruja en el infierno, película de Pancho Lombardi. Luego de cumplir con los trámites del filme y de las embajadas, tomó seis mil dólares de su premio y, agotado de trabajo, enrumbó al Viejo Continente.  

Laura Antonelli
Cuando llegó a Londres, después de pasar por Madrid, confundió dos veces el metro que debía tomar para llegar al albergue que le sugirió una amiga. En Liverpool, su inglés básico no le ayudó para explicar al agente que lo intervino cuando se hallaba sentado en la acera admirando la casa de John Lennon. En Italia, le hastió la cantidad de paparazzi apostados en una loma cercana a la casa de la actriz Laura Antonelli, su ídolo, a la que soñaba ver en persona; anhelo que nunca se cumplió.

Viajó por buena parte de Italia durante un mes, cuando en Madrid compró su boleto que lo traería de vuelta a este lado del charco, los oficiales de migraciones le recordaron que se había pasado varios días de su permiso y que no podría volver a Europa.

UN AREQUIPEÑO IMPASIBLE. De regreso a Perú siguió trabajando en Inca Films, junto a Lombardi, a quien apoyó también de fotógrafo en la Ciudad y los perros.

“Pancho es una de las personas que más me conoce, sin embargo, Giovanna Pollarolo, que entonces era su esposa, fue quien me dio los mejores consejos. Por ella fue que me regresé a Arequipa. ‘Aquí en Lima siempre serás el amigo de Lombardi, me dijo, en cambio en Arequipa puedes hacerte un nombre’”.

En esa época (1992), la UNSA quería implementar un cine club y Miguel Ángel Guevara estaba en la ciudad, su envidiable currículo incluso daría prestigio a los claustros agustinos; no obstante, como suele suceder muchas veces en el ámbito de la cultura, el trabajo nunca sucedió como lo sugerían las propuestas.

“Recién en 2003, me nombran en la UNSA; antes solo trabajaba con recibos por honorarios”.

En la actualidad, “Miguelito” es el encargado de audiovisuales de la Facultad de Filosofía y Humanidades, en lenguaje llano: la persona que lleva y trae los retroproyectores de un salón a otro. En menos de tres años cumplirá 70 y tendrá que dejar su sencillo puesto a otro, hecho que no lo desalienta, sino que ve como otro paso más en la vida. 

“Confieso que aún me gustaría regresar a Europa –nos dice antes de despedirnos–, sobre todo a Zurich, aunque sea por un par de días”.

domingo, 15 de diciembre de 2013

VHO, el periodista retórico

Víctor Hurtado Oviedo escribe tan bien que la mejor manera de hablar de él es citándolo. Trabaja en prensa hace muchos años, lo cual resulta un elogio para el periodismo escrito. Poco se conoce de su vida, debió ser un hombre muy veloz en su juventud, pues pasó tan rápido por una carrera universitaria que no se sabe por cuál. Hace buenos lustros dejó el Perú para radicar en Costa Rica, deslustrando así un poco el periodismo local y enriqueciendo más el centroamericano. Publicó un solo libro, Pago de letras, al que el año pasado rebautizó como Otras disquisiciones.

“Temed al hombre de un solo libro”, recordó don Víctor a su llegada al aeropuerto de Arequipa este año. “Yo soy hombre de un solo libro… Soy un hombre temible”, concluyó. Los que estaban cerca vieron a un tipo desgarbado, flaco, alto, inofensivo. Hace unos meses lo aquejaron dolores en la espina dorsal (no es el único periodista que ha tenido problemas con la columna), por eso camina igual que habla: despacio. No parece a primera vista un hombre temible, hasta que se lee sus ensayos, entonces esta palabra recobra un sentido poco usado: se ensaya a los caballos; antes a los niños se les amenazaba con ensayarlos; don Víctor Hurtado Oviedo ensaya a sus lectores, cumple su amenaza.

Don Víctor (el don no se lo quita nadie) es un barroco temible, retórico lector metido a periodista que, como lo repite cada vez que puede, no le gusta escribir, extraña confirmación de lo que dijo Proust sobre Balzac: “Qué grandes escritores si no escribieran”; don Víctor no puede ser más grande, por eso escribe poco.


Correo Arequipa, sábado 14 de diciembre de 2013

sábado, 12 de octubre de 2013

Lectura para electores

En época electoral la consigna de los políticos parece ser “entre menos lean, más fácil se convencen”. Muchas veces los volantes con propuestas han sido reemplazados por cosas más venales. Quién no recuerda los rocotos y pollitos repartidos en elecciones pasadas en Arequipa y que demostraron ser mejores armas de convencimiento frente a propuestas bien sustentadas.

Con seguridad, alguien me dirá que en elecciones es cuando se venden más diarios, lo que demostraría que la gente lee más; pero, con seguridad, le respondería que los votantes compran periódicos animados más por escándalos y denuncias contra candidatos que por la intención de informarse mejor de las propuestas. En elecciones, la página de política parece un anexo de la de espectáculos.

Si la lectura para informarse está atrofiada, mejor dicho mutilada de lo que realmente importa, la coyuntura es mucho menos favorable para la lectura literaria. ¿Y qué utilidad tiene ese tipo de lectura en épocas de  sufragio? Soy un convencido de que quienes encuentran más absurda esta pregunta son nuestros políticos. Sin embargo, contestar dicha interrogante no es nada fácil, por lo que me he propuesto intentar una respuesta con un ejemplo.

El Napoleón de Notting Hill (1904), del británico Gibert Keith Chesterton, es una novela que tiene uno de los comienzos más singulares: “La raza humana, a la que tantos de mis lectores pertenecen…”. La historia se desarrolla en Londres, donde se ha instaurado un sistema de gobierno despótico rotatorio, es decir, se elige por sorteo a un déspota, que es otro nombre para tirano o dictador.

Todo lo que se quiere es un hombre que pueda dar una rápida ojeada a algunas peticiones y que firme algunos decretos”, reflexiona al inicio de la novela uno de los personajes. El mismo que elogia este tipo especial de tiranía como la más pura democracia, la que tiene el mejor sistema: el azar. Y de seguro todo marcharía estupendo si él fuese elegido déspota; sin embargo, la suerte le tocó a su amigo Auberon Quin, un tipo aficionado al humorismo que decide rescatar la vieja gloria de las ciudades medievales y la parafernalia de los prebostes, haciendo de su gobierno una gran farsa.

A pesar de las ridículas situaciones y la desquiciante comicidad del rey, todo marchaba bien; ya saben, eso que conocemos ahora como piloto automático: no importa que los gobernantes sean unos payasos, el país sigue su rumbo. La obligación a los políticos de vestirse estrambóticamente, como propios payasos, es un decreto que sentaría muy bien en nuestro Congreso. 

Decía, todo marchaba bien hasta que alguien no comprende la broma, y empieza no a hacerse, sino a creerse Napoleón, esto es, un dictador emperador con harto floro. Entonces, el progreso se detiene, reaparece la guerra olvidada desde hacía mucho y se dan una serie de situaciones en la que solo sale victorioso el sentido del humor. Claro, eso en la novela de Chesterton, pues mucho conocemos a qué nos llevaría un Napoleón hoy en día y no nos hace gracia.

Antes que pueda pensarse lo contrario, tengo que decir que esta novela no defiende, propiamente, una de las dos grandes vertientes políticas, sino es más bien una de las mejores sátiras contra la clase gobernante. Finalmente, dígame, caro lector y elector, si este libro no nos cuestiona como ciudadanos y si acaso no nos ayudaría a tener una postura crítica en la época de elecciones que se acerca.

lunes, 7 de octubre de 2013

Teatro Pizarro

Maca es uno de los distritos de Caylloma, se ubica entre el nevado Walka-Walka y el Sabancaya. Lo que hace singular a este pueblo no es solo la hermosura de su paisaje, sino también el hecho de ser el único en el Valle del Colca que ha conservado la tradición de escenificar la captura y muerte de Atahualpa, dramatización que los lugareños llaman Teatro Pizarro (Así lo registra el libro La doncella sacrificada: Mitos del Valle del Colca, de Carmen Escalante y Ricardo Valderrama, editado en 1997 por la UNSA y el Instituto Francés de Estudios Andinos). Esta expresión “teatral” no es herencia exclusiva de los maqueños, muchas comunidades andinas la representaban hasta mediados del siglo veinte.

Decapitación de Atahualpa, anónimo (s. XVIII),
original en el Museo Inca, Cusco.

En los pueblos andinos, los relatos míticos, los cuentos, las canciones son parte del sistema de tradición oral, conforme avanza el tiempo sufren cambios y reinterpretaciones. Lo mismo el Teatro Pizarro, cuyo antecedente más remoto está en el siglo XVI. Parece obvio señalar que la representación de la captura y muerte de Atahualpa, para sobrevivir a ese “largo tiempo”, tuvo que desarrollar cambios que estén acordes a la época. En 1962, Pedro Pablo Quispe Chiwchi, poblador de Maca, al consultar un libro de Historia se da cuenta de que “lo que hacían no era conforme”. Dice además: “cuando yo nuevamente lo revivo, recién hicimos completo el teatro”. Quispe renueva, entonces, el Teatro Pizarro y le da una versión escrita, que aparece en el libro antes mencionado (Este hecho demuestra el prestigio de la cultura escrita sobre la oral).

La readaptación de este poblador es la que se representa en nuestros días (o, según los datos del libro, hasta fines del siglo pasado) en Maca y en otros pueblos a los que PPQ y sus compañeros son invitados. Resulta interesante que los lugareños se refieran al Teatro Pizarro como baile. Una tradición como esta no puede quedarse por mucho siendo complemente “fiel” a la Historia, es decir, a la versión oficial de esta. Al final de la versión descrita por Quispe Chiwchi, Atahualpa, después de arrojar la Biblia –símbolo de la religión occidental–, es apresado y muerto, entonces la banda de músicos toca el yaraví La muerte de Atahualpa; pero el inca no muere, luego de estar tendido en el suelo, se levanta y baila con los demás.

Don Pedro Pablo recuerda que la mayor parte de los runas están a favor de Atahualpa, gritan: “Inca no dejes que te maten”, “Mátalo a Pizarro”, “Nosotros somos la raza inca”, “Nosotros somos sus descendientes, los descendientes del inca”. “Diciendo esto –agrega–, cierta vez en el pueblo de Yanque me arrojaron con una piedra en la cabeza. Y yo que actúo de Pizarro me vi chorreando sangre”.

martes, 1 de octubre de 2013

Cronología del periodismo escrito en el Perú

El asedio de los corsarios a las costas americanas en el siglo XVI dio origen a una especie de incipiente periodismo peruano en su forma primitiva de relación informativa. Las relaciones eran textos dedicados generalmente a un solo tema y publicados en ocasiones notables, la captura del pirata John Hawkins, por ejemplo.

Luego aparecen los Noticiarios, que venían a llenar la necesidad de información sobre España y el resto de Europa. Un siglo después, empieza a circular la primera Gaceta de Lima. Este género fue siempre un tipo de periódico oficial, muy controlado por el Gobierno y la Iglesia, con pocas noticias locales.

El primero en publicar un diario en el Perú fue el español Jaime Bausate y Mesa, su primer número apareció el 1 de octubre de 1790 bajo el título de Diario Curioso, Erudito, Económico y Comercial, sin embargo, no gozó de mucha lectoría, pues las noticias oficiales aparecían en la Gaceta y las de España llegaban en el famoso cajón (una caja de madera en la que se traían impresas las noticias de la madre patria).

El Mercurio Peruano haría su aparición el 2 de enero de 1791 y fue, como es sabido, la expresión escrita de una corriente de pensamiento representada por la Sociedad Amantes del País.

Durante el periodo que precedió a la Independencia, los periódicos se caracterizaron por tener parte en el encarnizado combate entre el virrey Abascal y los liberales. A pesar de que las Cortes de Cádiz habían promulgado la libertad de prensa, el virrey, con astucia y fuerza, se encargó de que esta no se cumpliera.

Cuando el general San Martín desembarca en Paracas trae consigo, además de cañones y caballos, imprentas que servirían para la propagación de volantes y periódicos a favor de la causa patriótica.

La etapa seguida de nuestra emancipación se caracteriza por una virulencia caudillista y un periodismo rastrero y comodín. Cada caudillo tenía su periódico desde el cual embarraba al adversario. Esto no obstante las leyes de libertad de prensa y opinión que finalmente fueron censuradas por el general Santa Cruz.

Paralelo al establecimiento del capitalismo en el Perú, el auge del guano y del salitre y la posterior guerra con Chile, se da un periodismo igualmente movido por intereses políticos además de económicos. Lo más relevante de esta etapa es la aparición del diario El Comercio (1839) y la figura de Andrés Avelino Aramburú, primer digno referente del periodismo nacional.

En las primeras décadas del siglo XX surge la prensa masiva. Destacan las fundaciones de los diarios La Prensa (1903), La Crónica (1912) –primer tabloide peruano– y El Tiempo (1916), donde escribía José Carlos Mariátegui, quien luego fundaría el diario La Razón. Mariátegui, desde la revista El Amauta, fue un formidable adversario de la Patria Nueva de Leguía; además, Amauta resultaría un hito del periodismo por sus aportes cultural, social y político.

Los continuos golpes de Estado entre 1948 y 1970 coincidieron con la adopción en el Perú de la objetividad periodística. El primero en adoptar este estilo y las técnicas de la pirámide invertida fue Pedro Beltrán, del diario La Prensa. Por entonces se inicia la modernización de los diarios en diagramación y redacción.

En el gobierno del general Velasco Alvarado los medios de comunicación son expropiados, y no es hasta la ascensión al poder de Belaunde Terry (1980) que son devueltos a manos de sus dueños, poniéndose así fin a la censura militar.

Tras el autogolpe de Alberto Fujimori (1992) gran parte de  los medios fueron tomados por el Ejército durante dos días. Las motivaciones autócratas de ese gobierno impusieron la compra de líneas editoriales y la manipulación de la prensa chicha.

En la actualidad, el periodismo está signado por la derivación de temas importantes como educación y política interna hacia la preferencia de reportajes sobre estilos de vida, consumismo y farándula, descuidando así sus más altas motivaciones: vigilar al poder y dar voz al que no la tiene.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Sátira contra Marco Aurelio

Imagen tomada de
http://felixantos.blogspot.com/2009_11_24_archive.html
Apostaría a que don Marcus Aurelius jamás pudo reventarse una espinilla, porque nunca aprendió a ir al grano. El docto Marcus Aurelius ha ideado un revolucionario estilo de escribir: desprecia el grano por la paja; o sea, más turbación.

El otro día, este coloso de la palabra se puso a escribir un haiku y le salió la Enciclopedia Británica. Su arte poética tiene un único principio: para qué escribir poco si puedo citar mucho.

Según sus propias declaraciones, no soporta más de una hora hablando con una mujer; la verdad que con todas las citas que hay en sus libros para qué otras más.

Su distracción favorita no parece la tauromaquia sino el rodeo. Es tan redundante que uno pensaría que es muy sobrado.

Marcus Aurelius es un prosista que domina mucho la lengua y conoce todos los elevados y prosaicos usos de esta.

Como corrector de estilo su verbo favorito es el copulativo. Y si de adjetivos hablamos, lo suyo es el aumentativo.

Su tenaz dedicación a la sexología es un ejemplo de cuán difícil es pasar de la teoría a la práctica.

Marcus Aurelius ha abordado en sus disertaciones imperecederas (de nunca acabar) tan diversos temas como la belleza de las manos, cuestión harto comprensible dada la soledad de sus noches.

Los antepasados de este ilustre periodista debieron ser los constructores del Partenón, por las muchas columnas, o tal vez también aquellos guerreros de la Columna Inmortal.

A pesar de su paso por varios claustros universitarios, el por antonomasia redactor de la Biblioteca de Babel se declara autodidacto, ergo, no hay maestros a los que culpar.

Son también conocidas sus ortodoxias gramaticales. Hay quienes critican su manera de puntuar, sobre todo porque le cuesta poner punto final.

Erudito oceánico se tomó en serio la poligrafía (arte de escribir mensajes oscuros, o sea, le brotaba lo Denegri). Polígrafo reiterativo, en su tumba dirá: "Aquí yazco o yazgo o yago, que todas son válidas".

Post scríptum: El nombre completo de este artículo es “Pequeña sátira contra Marcus Aurelius, dilecto polígrafo de Los Reyes y dómine colosal, compuesta por el bachiller Persius Pratum, dirigida al serenísimo marqués del Huerto de Isla Redonda, a los 6 del mes de Juno, MMXIII” (Puede encontrar otra versión en este mismo blog).

Pos scríptum 2: Marcus Aurelius ha sido por años lo más culto y elevado de la televisión peruana, como si esto, además de meritorio, fuera difícil de lograr. 

jueves, 29 de agosto de 2013

Cuestiones temporales

La noche estrellada. Vincent Van Gogh.
(Habitación en penumbra. De afuera llegan ruidos de viento. Un hombre y una mujer acostados. Solo la luz de una pequeña lámpara ilumina la escena. Él tiene el cobertor a la altura de la cintura. Está leyendo. La muchacha, del lado más oscuro, recuesta la cabeza en la almohada, aún no duerme)

ELI (mirándolo).
¿Oyes eso? Parecen caballos corriendo… los potros apocalípticos.
YON (unos segundos después, apacible, sin sacar los ojos de su libro).
Es el viento que mueve cosas en los techos.

(Silencio. En la ventana, que está cerca a la mujer, el moribundo brillo del poste de la calle se apaga y vuelve a encenderse en un segundo)

ELI.
Ese sonido parece de trompeta, la trompeta del arcángel.
YON.
Algún tubo. (Estruendo de metal). Calaminas. (Yon cierra el libro. Mientras lo pone sobre la mesa de noche:) Deberías dejar de leer mucho la Biblia.
ELI. Y tú, novelas policiacas.

(Yon apaga la luz de la lámpara, se cubre hasta los hombros, se acomoda de costado, mirándola. Ella gira y por debajo de la frazada busca un buen lugar para su espalda junto al pecho del hombre. Eli piensa en cómo llamarán al gato que le regalaron; Yon, en que no podrán tener sexo en dos días más, hasta que se le pase. El ambiente parece confirmar las predicciones para ese periodo: descargas nocturnas y noches frías.)


lunes, 19 de agosto de 2013

La Ciudad de la Urea *

Siempre por estas fechas la ciudad de Arequipa goza de sesiones de orinoterapia. Antes de que se popularizara este nombre, la gente del pueblo tenía claras las propiedades medicinales de la orina.

Hace unos años, cuando recién se estaba imponiendo la moda de pelearse a botellazos en las fiestas patronales, a un amigo le rompieron la cabeza, ágil como era sorteó el golpe de lleno, mas no pudo evitar lucir un raspón sangrante; al final de la riña, uno de los nuestros dijo a voz en cuello: “Agacha la cabeza que de una meada te paro la hemorragia”. La orina es cauterizante.

Los expertos dicen que cuando estamos en el vientre materno nos retroalimentamos con nuestra orina. Está claro que a esa edad no podemos conseguir una Coca Cola. Recuerdo que la primera vez que viajé a Puno, sufrí un dolor estomacal terrible, entonces la ruta era más larga e infeliz. En una parada del bus, la señora que viajaba en el asiento de mi costado me sugirió muy amablemente que cogiera un poco de mi orina en la mano y me frotara la barriga, que si me atrevía me dé un buen trago y santo remedio.

Es curioso que con la orinoterapia pase lo mismo que con el alcoholismo: los expertos saben todo sobre ella pero no son asiduos bebedores. Los segundos no lo hacen por tener un buen estado de salud corporal, emocional, familiar y social; sin embargo, no entiendo por qué los primeros no, si son muchos los beneficios de tomar pichi: regula la tensión baja y alta, elimina úlceras, aumenta las autodefensas del cuerpo, da mucha energía y hasta aumenta la potencia sexual.

El miércoles por la noche, una multitud tomó las calles para celebrar la serenata de la ciudad. Eran cientos, miles, y yo no vi ningún baño. Si no estaban bebiendo licor, tomaban ponche. Sabemos los efectos diuréticos de estas bebidas. Entonces, como si buscaran germinar a nuestra Blanca Ciudad, hombres de todas las edades ofrendaron los electrolitos de sus líquidos menores a la amada tierra arequipeña. Todos movidos por la fuerza de la costumbre. Claramente, no se trata de marcar un territorio individual, sino que la mezcolanza de miles de orines simboliza el alto valor que le dan los arequipeños a la democracia: la ciudad es territorio de todos, meémosla juntos.

Esta vez hubo mayor fruición en la costumbre, pues muchos de los remojones que se hicieron en sus paredes y postes fueron estimulados por la reciente noticia de que un lienzo de Andy Warhol hecho con orina suya y de algunos de sus amigos fue vendido a 93 mil dólares. A ver si le damos algo de arte a la ciudad y así no pierde su condición de patrimonio histórico, se pensó en cada chorreada.

Con esto, la orinoterapia que recibe Arequipa cada vez que hay este tipo de desbordes populares cobra un valor elevadísimo, gracias al desprendimiento de sus hijos que cantan su belleza y aman tanto a esta tierra, arequipeños amantes del anonimato, que desdeñan la fama, y que en las sombras riegan su ciudad con la ilusión de abonar un futuro mejor.



(*) Transcripción debida a mi amigo editor Willy González, de Tacna, y fondo musical gracias a mi socito y compañero Henry Bernedo, de Camaná.

La Ciudad de la Urea. Correo Arequipa 17.08.13


lunes, 12 de agosto de 2013

Brevísima clase de retórica fallida

Al final de la cita:

ELLA              : Hoy me gustó todo; menos la empanada.
ÉL                   : A mí me gustó todo; salvo la foto.
ELLA              : ¿Foto? ¿Cuál foto? Si no hubo ninguna foto.
ÉL                   : Todo estuvo perfecto para mí, por eso solo pudo no gustarme algo que no pasó: una foto, por ejemplo.
ELLA (azorada): ¡Te confundes, con quién te habrás sacado una foto, seguro que...!

LECCIÓN #1: No intentes paradojas con una chica.



Se hizo tarde para otra cita:

ÉL (al celular) : Tranquila. Mira, hay dos cosas seguras: una, que llegaré; otra, que llegaré tarde; cuanto más tarde sea, más segura es mi llegada, tanto que si llegara ahora, tal vez no llegue.

LECCIÓN #2: No olvides la lección número uno.


LECCIÓN #3: Nunca bromees con esto en las redes sociales.

domingo, 4 de agosto de 2013

Escriba; no reenvíe*

Remix CC de Mike Licht sobre la pintura de J. Vermeer
"Mujer escribiendo una carta y criada".
A la mitad del siglo pasado, don Pedro Salinas se quejaba de lo que promovía el aviso publicitario de las oficinas estadounidenses de telégrafos: Wire, dont write (algo así como: cablee, no escriba). Don Pedro no podía imaginarse, a menos que sea en el quinto infierno, la existencia de un lugar en el que todo se dijera a secas, en fórmulas abreviadas, de prisa y corriendo, sin arte y sin gracia, en pocas palabras: un mundo de telegramas. Por esta razón, emprendió la escritura de su afamada “Defensa de la carta misiva y de la correspondencia epistolar”.

Con seguridad, si aún viviera, a don Salinas le daría un patatús al conocer el correo electrónico y los mensajes de texto. No solo reconocemos en ellos un brutal laconismo, sino también una potente despersonalización. Todo lo contrario, escribir una carta es volcar sobre ella nuestro estado de ánimo, nuestro espíritu, nuestra íntima naturaleza. Los administradores de aquellos servicios en línea se han dado cuenta de dicho fenómeno, por eso uno de los verbos más frecuentes en sus pantallas es personalizar.

Si de verbos hablamos, existe uno del que no conozco exacta traducción en otros idiomas: cartear; lástima que se haya disminuido tanto su práctica. Sin embargo, hoy es prolijo el nuevo uso de mensajear (texting, en inglés), pero qué lejos está del hermoso campo del anterior.

Es cierto que actualmente resulta más fácil mantener relaciones con familiares y amigos lejanos en espacio y tiempo, no obstante, muchas de estas relaciones son reducidas al intercambio esporádico o crónico de cadenas virtuales. Nada más aborregado, nada más neutro que eso. Personalmente prefiero mil veces unos cuantos párrafos, aun a letra digital, escritos por un amigo. Tal vez uno de los suyos, también lo prefiera. Pruebe, escriba; no reenvíe.

*Este texto apareció hace algunos años en un diario arequipeño, fue antes de Facebook y Twitter, supongo que ahora debería decir: "Escriba; no postee o tuiteee".

lunes, 22 de julio de 2013

El estilo de la patada

A estas alturas del camino me siento como Daniel San mientras pulía los autos y pintaba la cerca: dudo si lo que estoy haciendo me ayudará a ganar la pelea y a quedarme con la chica.
            No deben ni aun sospecharlo, pero trabajo de corrector en un diario, uno de los tantos que quiere ser escritor.
            En las últimas semanas he escrito con furia y tristeza. Mientras aporreaba las teclas de la computadora, repetía aquel conocido poema de Octavio Paz sobre las palabras: “Dales la vuelta, / cógelas del rabo (chillen, putas), / azótalas... ”. Hubo momentos en los que –después de que las frases cruzaran volando frente a mis narices como esas polillas que uno intenta coger con la mano– terminaba rendido, convencido de mi torpeza. Entonces, decepcionado por no alcanzar los verdaderos ejercicios de las bellas letras, me ganaba el ánimo de reclamar con rabia, pero, a diferencia de Daniel San, no tenía sensei a quien increparle por sus enseñanzas, solo podía volver a los grandes maestros con el rencor del lisiado en batalla, y otra vez envidiaba los largos ritmos de Azorín, el feliz escrúpulo de Borges hacia el adverbio, el ingenio de Ramón del Valle-Inclán para articular sonido y tema; y a Quevedo, cómo no volver a Quevedo.
            Hace poco tropecé en Internet con una encuesta que sostiene que el español es uno de los idiomas más aprendidos en el mundo, que cada vez hay mayor interés por aprender español como segunda lengua. Y sin embargo, la mayoría de los escritores contemporáneos, de tan apurados por publicar, se olvidan de cuidar nuestro idioma, ni qué decir de su intolerable desconocimiento de la suntuosidad que puede alcanzar. Del mismo modo que Daniel San, apenas empieza su entrenamiento, quiere ir directo a los golpes y patadas voladoras, los escritores de hoy desprecian el buen aprendizaje del castellano, y sus frases, sus historias completas, resultan golpes burdos, manotazos de borracho, sin elegancia, cero contundencia.



Un corrector no tiene que ser una persona muy sensible, se debe estar preparado para ser el peor empleado por olvidarse una rayita oblicua sobre una vocal. Tiene que saber callarse, debe erradicar de sus reuniones sociales comentarios como: “no se dice lo más antes posible”, “preveen, ¡no!: prevén”, tampoco debe burlarse de la manera de hablar de los argentinos, a menos, claro, que busque perder amigos.  
            Tiene sus ventajas ser corrector; corrijo, no tiene ventajas ser corrector, salvo que puedes recibir un sueldo por serlo. El colmo de este oficio es pretencioso, estar siempre al acecho de los errores de cualquier escritor para criticarlo y recibir de respuesta las mismas excusas de siempre: “que el castellano andino”, “que en poesía todo vale”, “que fue a propósito”, “que importa la historia, la estructura mayor, lo demás está de más”, en fin, las mismas siempre. En cambio, la más grave desventaja del corrector es querer ser escritor, pues luego de que haya luchado casi a dentelladas con las palabras, después de que ha bregado por escribir bien y se atreve a publicar, un poeta ofendido sale a enumerar sus errores y llega a la conclusión de que dicha obra “es fría; tal vez eficiente como un máquina nueva, pero la buena literatura es como un organismo vivo, tiene excrecencias y fealdades, pero vive de verdad...”.

Por un momento he vacilado, tal vez deba ir directo a los golpes, a las patadas voladoras, y llevarme la muchacha a la prepo, sin esperar que el maestro Miyagui me enseñe la técnica de la grulla. Sin embargo, me resisto. Todavía busco la frase hermosa y contundente, como esa patada que le da el triunfo a Daniel Larusso, una conspiración de voces que lo concluya y lo principie todo, como aquella famosa (e inalcanzable) de don Francisco de Quevedo: “serán cenizas, mas tendrán sentido; polvo serán, mas polvo enamorado”.

domingo, 21 de julio de 2013

El duque postergado

Como grandes admiradores de la agudeza salomónica de dividir el objeto en dos, los críticos e historiadores literarios harto nos han predicado sobre el par temático en la novelística peruana del siglo XX: andina y criolla. Podríamos terminar de complacernos en sus enseñanzas de no ser por una infrecuente representación de la aristocracia peruana (especialmente limeña) que no encaja en aquellos moldes.
Esta tercera línea argumentativa enlaza a escritores contemporáneos como Jaime Bayly y Alfredo Bryce, pero tiene su más alto precedente en José Diez Canseco con su novela “Duque”. Fue Luis Alberto Sánchez quien la editó en Chile en 1934, sin consentimiento del autor. El hecho suscitó una polémica entre ambos, Diez Canseco rechazaba de manera contundente algunas expresiones del prólogo de Sánchez; a su vez, este lo acusó de haber olvidado su visión crítica sobre la alta sociedad a la cual pertenecía.
La novela toma el nombre del galgo ruso perteneciente al protagonista, Teddy Crownchield, quien luego de una larga residencia en Europa regresa al Perú. El joven millonario se deja llevar por las aventuras mundanas que le ofrece la vida aristocrática limeña: concurre a cocktails y campos de golf, pero también a burdeles y fumaderos de opio, absorbido por los placeres de un mundo hipócrita y acomodado en todos los sentidos de la palabra.
Un personaje que podría explicar lo dicho es Pedro Rigoletto, tipo hosco, de gustos vulgares y cocainómano que adornaba de halagos y que pretendía a Teddy; sin embargo, cuando el protagonista se marcha del país, celebra con esta sentencia: ¡Un maricón menos en la ciudad! Ese juego de la falsa moral atraviesa la obra, todo resulta un mundo de apariencias y conveniencias. Carlos Suárez del Valle, en quien Teddy confía, no es más que un tipo cínico movido por intereses personales. Las boscosas relaciones sentimentales y sexuales simbolizan el mecanismo social de la aristocracia capitalina de entonces.

"Con algo de Dorian Gray y Amory Blaine,
Teddy Crowchield no puede frenar el ímpetu de romper lo convencional".

Cierta coloquialidad poética llena las descripciones de este libro que, sin importar lo manido de las contradicciones clasistas, resulta lo mejor de la novela. El Country Club es el sitio de la alta sociedad, un espacio ordenado, construido por el "progreso" para quitarles un poco la idea de seguir viviendo en un país de pobres. Pero algunos como Teddy no se mantienen estáticos en el cómodo lugar que les da su dinero, sino que transitan también por sitios como el Café Can-Can, en el caótico centro de Lima.
Teddy, un aristócrata crecido en Europa, lejos de las vanas aspiraciones y apariencias de la clase alta limeña, refleja el problema de un descentrado que calza bien en los lujosos salones y clubes privados, pero que su espíritu incompleto halla en el fumadero de opio del Café Can-Can la tranquilidad que buscaba y que, sin embargo, parece pastosa, abrumadora. Con algo de Dorian Gray y Amory Blaine, Teddy Crowchield no puede frenar el ímpetu de romper lo convencional, tanto que por un tiempo mantiene relaciones homosexuales con el padre de su prometida; aun así, batalla por mantener las apariencias, va a casarse, los partes matrimoniales ya han sido enviados, pero Beatriz descubre que se acostaba con su padre y rompe el compromiso.
El protagonista, devastado por la chismografía hipócrita y "moralizante" de la aristocracia limeña, se marcha del país. El mejor equipaje se lo lleva en la piel: lo único verdadero es la satisfacción de los sentidos. Duque, el galgo capaz de la más sincera y primitiva inclinación de afecto, queda en manos del arribista Suárez del Valle. Casi podríamos sacar una enseñanza de este final.

viernes, 28 de junio de 2013

Mal olor

Unas cuadras antes de llegar, mientras el taxi se detuvo por el tráfico, recién dijo algo:
–No es necesario que vayamos. Además, yo nunca lo conocí.
–Álex, ya conversamos sobre eso –traté de ser amorosa.
Lo miré asentir, luego volteó hacia la ventanilla y con gesto de fastidio preguntó:
–¿Por qué huele así?
–Es el terminal pesquero –señalé.
En ese momento el auto gruñó al tomar la curva que desemboca en la Av. Alcides Carrión. Le dije al chofer que se detuviera un momento, pero apenas se estacionó dijo "son tres soles señora".
–Un rato, por favor –arreglé la corbata de Álex, le acaricié el mentón y le dije que era un muchacho guapo.
–Mejor bajemos –dijo.
–Está bien –total, solo estábamos a una cuadra.
Le puse mala cara al taxista y le extendí tres monedas. Al descender, observamos frente al lugar donde íbamos a una joven que intentaba parar un taxi. Tendría un par de años más que Álex. Caminamos hacia allí, él caminaba despacio. El sol nos daba directamente al rostro, eran casi las once de la mañana, a esa hora el sol de Arequipa es insoportable. Unas pequeñas gotas de sudor brillaban en su frente, saqué un poco de papel higiénico de la cartera y se lo di.
–Huele feo, ¿verdad? –dijo.
–Sí, así huele siempre.
En la puerta del lugar había una corona de flores y a su costado, un trípode que sostenía un cartelito donde estaba escrito un nombre largo. Álex se detuvo a leerlo. Antes de continuar hizo un gesto que me recordó mucho a su padre.
En la entrada hay un par de asientos y una mesita con un florero. Es un hall que hacia la derecha comunica a un amplio salón rodeado de muebles, y por el otro lado con una sala pequeña, también rodeada de asientos. Ingresamos a la derecha, saludamos a media voz a las personas que estaban cerca y atravesamos el salón para sentarnos en un mueble vacío. Contra lo que pensé, había poca gente. Nadie que conozca.
Al fondo estaba el féretro, lo rodeaban cuatro lámparas y algunas coronas florales. Un mozo nos ofreció café, yo tomé uno de la bandeja, Álex no quiso. Poco a poco se fueron llenando los asientos vacíos, pero no reconocía a nadie. Frente a nosotros, del otro lado del salón, una señora de edad se acercó al mozo, quien luego de asentir, salió apurado. Al rato volvió con un tubo de ambientador y lo roció por todo el salón.
–¿Álex, cariño, no quieres verlo?
–Dijiste que no me lo pedirías.
–No te lo estoy pidiendo, solo te he consultado.
–Pues no, no quiero.
El lugar ya se miraba repleto, un tipo gordo estaba junto a Álex. La gente iba mucho al baño, y los que permanecían sentados se llevaban la mano a la nariz dándose aire. Todos parecían conversar del mismo tema. El mozo encendió una barita de incienso pero la situación no cambió. Álex no podía acomodarse en el asiento y bufaba a cada rato.
En ese momento llegaron la esposa y las hijas. El nombre de la mayor es Antonella, la otra debe ser menor que Álex, no me había enterado que tuvo otra hija. Fueron a sentarse en un mueble del fondo. La niña lloraba en el hombro de su mamá, Antonella triste acariciaba la madera del ataúd. La señora no me había visto, hasta ahora no sabía cómo iba a reaccionar.
“¡Por qué papá, papito por qué!” Antonella perdió la compostura y lloraba. Se aferró de tal manera al cajón que lo hizo tambalear, la niña también largó el llanto. Dos mujeres intentaron apartar a la muchacha: ¡Por qué papá! ¡No, papito no! En ese momento, Álex se paró, intenté cogerlo pero tiró el codo con fuerza, salió corriendo y en la puerta tropezó con el mozo haciéndole caer las tazas que traía en la bandeja. Fui detrás de él sin mirar para ningún lado. ¡Álex! ¡Álex! Por la avenida pasaban autos a mucha velocidad, llegué a verlo cruzar hasta la berma central donde no pudo más y se agachó a vomitar.
Adentro se había formado un barullo y algunas personas habían salido tras de mí. Volteé para ver quiénes eran, no estaba la señora pero alguien pareció reconocerme. No dije nada, esperé a que hubiera pocos y crucé la pista. Le alcancé papel higiénico y sobándole la espalda le dije: Está bien, ya está bien, tranquilo, vámonos.

jueves, 27 de junio de 2013

El buen nombre

Hay nombres como el de Jon Dahl Tomasson que revelan a la primera el oficio de su portador. Lo escuchas y de inmediato piensas en un delantero danés. Lo mismo, Bill Gates solo puede llamarse un multimillonario. Y Scott Fitzgerald no puede ser otra cosa que el nombre de un escritor. Este razonamiento que sonrojaría a los más entusiastas defensores del determinismo lingüístico me recuerda a un amigo aspirante a poeta. Hace unos años, este compañero mío buscaba, lleno de prejuicios, un seudónimo que calzara a la perfección con el oficio de escritor y que le abra las puertas del éxito literario. Gracias a los dioses, las musas no se dejan engañar con facilidad. A pesar de que ocultó su verdadero nombre con media docena de apelativos, mi amigo nunca pudo escribir poesía, mas aún sigue siendo poeta.

No sé qué deseaban ser los otros dos implicados en aquel razonamiento artero, pero Scott Fitzgerald primero quiso ser estrella del fútbol americano; sin embargo, al parecer su nombre no daba para este deporte ni para héroe de guerra, pues cuando a los veinte años se enroló en el ejército estadounidense, tras abandonar la universidad de Princeton, no logró embarcarse a Europa y no pudo participar en la Primera Guerra Mundial. Lo que sí pudo hacer durante su servicio militar es corregir su primera novela, A este lado del paraíso, y parece que las conexiones astrales lingüísticas de su apellido lo destinaban irremediablemente a ser un buen escritor.

El éxito comercial que obtuvo con ese libro le otorgó el suficiente dinero y confianza para proponerle matrimonio a Zelda Sayre, una hermosa muchacha mimada por los altos círculos sociales de Montgomery, Alabama. Si Scott Fitzgerald era un nombre que podía lucirse en los clubes privados y en las grandes fiestas de ricos y famosos, Zelda Fitzgerald no lo era menos. Tal vez por eso, sin saber que obedecían al designio de la eufonía de sus apellidos, la nueva pareja adoptó un modo de vida de lujo y extravagancia. Vocación que los llevaría a vivir por temporadas en Nueva York, París y Hollywood. Sus gastos requerían más de lo que el éxito de una novela podía pagar y, aunque el escritor insistió con otras más (Hermosos y malditos, El gran Gatsby y Suave es la noche), fue gracias a la publicación periódica de cuentos en las principales revistas de la época que logró sustentar su modo de vida.

Francis y Zelda

Scott Fitzgerald comprobó, entonces, que su nombre servía para afamado y bien remunerado escritor de cuentos; no obstante, esa actitud no les agradaba a muchos colegas, especialmente a genios de la literatura como Ernest Hemingway. Para el autor de Por quién doblan las campanas, Fitzgerald desperdiciaba su talento publicando relatos frívolos; no así para otros genios como William Faulkner y Raymond Chandler, quienes admiraban su talento de cuentista. Lo cierto es que, mientras sazonaba con algo de sí a personajes memorables como Amory Blaine, Anthony Patch y el propio Gatsby, Fitzgerald iba describiendo una época. Soslayó de la manera que solo un genio puede hacerlo el mayor lugar común de la alta literatura de aquellos tiempos: el realismo social. Aun así logró representar –no sin camuflado tono moralizante– la falaz época de prosperidad norteamericana de la década del veinte del siglo pasado.

Nada hacía presagiar que su hermosa combinación de vocales y consonantes escondía los designios de una tragedia. Zelda Fitzgerald luego de repetidos periodos de depresión acabó internada en un centro psiquiátrico, acusada de esquizofrenia. El autor se rindió a los cantos de sirena del alcoholismo y ahogaba sus penas en mares de licor. Sin embargo, la famosa composición de su nombre lo impelía a seguir escribiendo y, mientras preparaba su cuarta novela, adaptaba y creaba guiones para el cine con la sola intención de obtener dinero para sus largas noches disipadas, lo que le acarreó mayor desprecio de la crítica.

“Los escritores no están acostumbrados al dinero. Se les va a la cabeza y los destruye”, diría Faulkner sobre el embeleso negativo de la industria hollywoodense, frente al cual también terminaría abdicando. Quizás estas palabras del nobel sean tan ciertas como que el sonido de un nombre presagia tu talento y tu final. Francis Scott Fitzgerald, devastado por las continuas tormentas de licor y destrucción, muere en 1940; ocho años después, aún en el sanatorio, Zelda es devorada por las llamas de un trágico incendio. Hermosos y malditos.

jueves, 13 de junio de 2013

Un día de huelga

La claridad de la madrugada apenas atraviesa la cortina. Al parecer el mismo ruido la ha despertado, pues encuentro sus ojos mirándome lánguidamente. Los buenosdías y el beso vibraron con una onda afinada para no sonar más allá de las sábanas. Desperezándose me aparta y gira para ver el reloj que está sobre su mesa de noche. Ahorita se levantan, susurra sin apuro. Al girar se olvidó de la colcha y pude ver la curva de su espalda precipitándose hasta muy abajo. Anoche, antes de que llegaran, conocimos nuestros últimos detalles y, sin embargo, aún seguimos desnudos.

Es la primera vez que amanecemos juntos, pero esas cosas no importan en este momento. Desde el pasadizo se escucha el ruido metálico de una perilla, alguien camina por ahí. Azorada, con el índice erguido sobre sus labios me pide silencio. Son pasos ásperos que recuerdan un tránsito marcial, avanzan decididos hacia nosotros pero cruzan por el pasillo, hasta que se pierden tras el sonido de unas bisagras. Bulle un chorro característico. Mi papá, susurra. En el momento en que descargan la bomba del wáter, se levanta y va despacito a confirmar si anoche aseguró la puerta. A esta luz, sus caderas toman un color de pan recién horneado. Regresa sigilosa a la cama. Se van a las ocho, me dice. Más allá de su hombro, sobre la mesita de noche, puedo ver la hora que marca el reloj, son más de cuarenta minutos. La tomo por la cintura y la asesto a mi cuerpo, me mira con sorpresa y se muerde los labios.

Ayer cuando salíamos de la ducha nos llevamos un buen susto. El gato, por comer los restos de pollo, hizo caer el plato que olvidamos sobre el televisor. Huimos a su cuarto, yo entré y apreté el seguro por dentro, ella se quedó afuera, la sentí caminar hasta el otro extremo del pasadizo. Luego no escuché nada más. Me vestí desesperado. Quería salir corriendo de ahí, pero me senté en la cama para tranquilizarme. Dos, tres movimientos de las manos, tenía las yemas arrugadas por el agua.

Abre, soy yo.

Rió al verme.

No hay manera de que se vea el atardecer desde su cuarto, me hubiese gustado verlo, pero odia cosas como atardeceres y poemas de Neruda.

Desnudo de Amedeo Modigliani.

En el primer piso han encendido una radio, algunos trastes chocan. De pronto, oímos correr el agua de la ducha. Me moví suavemente, y me quedé mirando al techo, me abrazaste y tendiste una pierna sobre las mías. Intentando hacer el menor ruido giré y nos besamos mientras tratábamos de acomodarnos. Con un movimiento calculado te pusiste sobre mí.

¡Paola, son siete y media!

El grito llegó desde abajo, seguro desde el borde de las escaleras.

Por qué no le contestas, contéstale, pensaba, vamos contesta.

¡Me escuchaste, Paola!

Te miraba, mientras tú mirabas la puerta.

¡Hoy no tengo clases!, al mismo tiempo que tocaron con dos golpecitos contundentes. ¡Hay huelga!

La perilla se movió varias veces.

¡Cuánto te he dicho que no cierres con llave!

Qué pasa, qué gritos son esos, mujer.

Que dice que no tiene clase.

Déjala dormir. Ella verá. Su problema.

Pero cómo que su problema, siempre…

La voz se fue alejando por el pasadizo y bajó hasta la cocina, donde se hizo indistinguible.

Entretanto, cerraron una puerta en el pasillo. En ese momento me di cuenta de que no nos habíamos movido. Tú te dejaste caer sobre mi pecho y rodaste suavemente a la cama riéndote bajito.

Estuvo cerca.

Tu gesto con el índice trataba de callarme pero no controlaba tu risa.

Dimos la espalda a la puerta, y te abracé desde atrás. No era mucho lo que había avanzado la luz de la mañana. Sobre su escritorio pude notar las copias del libro de Macroeconomía para el examen que hubiésemos tenido hoy. Ayer por la mañana estabas tan preocupada por ese curso; en cambio yo, fresco. La verdad es que me dejó de entusiasmar una profesión de economista. “Siento que soy más para una ciencia de la abundancia, que de la escasez”, te dije cuando preguntaste por mi descuido.

Supongo que tú también te estabas quedando dormida cuando tocaron nuevamente la puerta.

Paolita, es tu amiga Mónica.

Tu cuerpo se tensó, y volteaste a verme extrañadísima.

Dice que quiere hablar contigo de algo urgente.

Dile que estoy durmiendo, que más tarde la llamo.

Ha insistido, dice que es muy urgente.

Ya... ya voy.

Estás loca, estás loca, te susurraba, pero no pude hacerte entrar en razón. Entendí rápido lo que quisiste decirme sin palabras, cogí mi ropa y la mochila y me metí debajo de la cama, raspándome el pecho con el borde de la tarima. Dejaste la puerta entreabierta como para no levantar sospecha, te sentí caminar por el pasadizo y bajar las gradas. Pude oír claramente la canción de Leo Dan que sonaba en la radio, y a tu padre cepillándose los dientes.

Por más que me esforzaba en distinguir tu voz no podía encontrarla, cerraba los ojos como si eso ayudara, pero nada. De pronto sentí que empujaron la puerta y unos pasos firmes venían hacia aquí, como si supieran lo que buscaban. No tuve la valentía para abrir los ojos, contuve la respiración, el arañón del pecho me latía con vehemencia, los brazos y la espalda me temblaban por el frío del piso, una gélida gota de sudor me descendió de la frente y se precipitó por la mejilla al suelo provocando un sonido que fácil lo escuchaban desde la calle. Atravesaron el cuarto y luego descorrieron la cortina. Yo tenía los ojos fuertemente cerrados, sin embargo, sentí como si me alumbraran con un sol implacable, acusador. Los pasos volvieron a sonar pero se detuvieron a medio camino, sentí que revisaba algo sobre tu escritorio. Ya no aguantaba más, necesitaba respirar, pero temía que me oyera… Salió con apuro y azotó la puerta. Solté una larga y contenida exhalación.

Por la manera con que dijiste sal de ahí, supe que algo andaba mal.

Sin perder tiempo me advertiste que la huelga se había suspendido.

Por un instante pensé en el examen: ¿Y ahora?

También se lo dijo a mi mamá, ahora tengo que ir con ellos en el carro.

Después me dijiste que cuando salieran, me descolgara por tu ventana y luego trepara la pared por la gruta, que me separarías sitio para resolverlo juntos, que de más llegaba a tiempo. Pero me quedé mirando cómo te vestías apresurada, tu pelo ondeaba de la cara al cuello, me recosté sobre la cama, desnudo aún, y crucé las manos debajo de mi cabeza, mientras tú te ponías el jean que te ajustaba bien. Te hiciste un moño en el pelo y me diste un beso fugaz.

Nos vemos.

Giré para verte salir, sus pasos, tus caderas en realidad, despedían una energía que tensó mi cuerpo, sentí que podía esperarla allí recostado, mientras el sol empezaba a calentar la mañana.

jueves, 6 de junio de 2013

Pequeña sátira contra Marcus Aurelius, dilecto polígrafo de Los Reyes y dómine colosal, escrita por el bachiller Persius Pratum a los 6 del mes de Juno, MMXIII

Apostaría a que don Marcus Aurelius jamás pudo reventarse una espinilla, porque nunca aprendió a ir al grano. El docto Marcus Aurelius ha ideado un revolucionario estilo de escribir: desprecia el grano por la paja, id est, masturbación, lo que deriva en más turbación

El otro día, este coloso de la palabra se puso a escribir un haiku y le salió la Enciclopedia Británica. Su arte poética es: para qué escribir poco si puedes citar mucho.

Marcus Aurelius es un prosista que domina mucho la lengua, mas con la sinhueso no se escribe, aunque sirve para otros menesteres más prosaicos que el Doctor Océano de nuestros días conoce muy bien. Cuando el nuevo Pedro Peralta publica en latín no se le entiende, pero tampoco mejora cuando lo hace en español. 

Marcus Aurelius es tan redundante, que uno pensaría que es muy sobrado, y lo es tanto que si le quitamos los párrafos que le sobran nos quedaríamos solo con los títulos de sus libros. Erudito oscuro se tomó en serio la poligrafía (arte de escribir mensajes secretos). Polígrafo reiterativo, en su tumba dirá: "Aquí yazco o yazgo o yago, válgame la redundancia".

Cómico Carlos Álvarez imitando a Marcus Aurelius.

martes, 4 de junio de 2013

Siglo XX a la mesa (18 de mayo de 1922)

Luego del faisán con espárragos y el helado de trufas, Joyce, el único sin traje de etiqueta, empezó a beber resueltamente. A su costado había un asiento vacío, al parecer apartado para alguien que, por supuesto, ya no se atrevería a llegar después del postre. La cena era en honor al estreno del ballet cómico “Renard”, de Igor Stravinsky, presentado en la Ópera de París por los Ballets Rusos de Serge Diaghilev.


Con sus gruesos anteojos de caricatura, Joyce miraba a Pablo Picasso beber tanto como él. Stravinsky y Diaghilev, cansados de las tensiones del día, tuvieron que retirarse pronto. A la una de la madrugada los mozos levantaron los restos de comida, una hora después, Picasso, ebrio, hundía la frente en la mesa: plantó pico. Joyce aún sostenía una soberbia borrachera irlandesa: bufaba y eructaba con ganas.

En ese momento, llegó al majestuoso salón un tipo pequeño envuelto en pieles y afeites, saludando a uno y otro lado como una rata afectada y engominada. Este era el momento que los anfitriones, los esposos Sydney  y Violet Schiff, habían estado esperando, la reunión al fin de sus dos novelistas favoritos: James Joyce y Marcel Proust. De hecho que al autor de “Ulises”, borrachísimo como estaba, le hizo mucha gracia que Proust llegase tarde, en busca del tiempo perdido.


James, codeado, con una mano en el mentón y la otra maniobrando siempre una copa de champagne, oía cómo Marcel, con largas y graves frases, le preguntaba si conocía a tal o cual duque, eran tan largas las frases que James solo se atrevía a responder con un no.

Marcel, tendiéndole a su colega una mirada de san Bernardo, compasivo además con su inapropiado traje, respondió a la pregunta de madame Schiff de si había leído la novela “Ulises” con un simple no.

Sydney, un tipo acomodado cuyo pasatiempo favorito era demostrar su falta de talento para escribir novelas, y su esposa Violet, reconocida casamentera, lo que comprueba que construía a sus personajes mejor que su marido, habían planeado reunir a estas dos figuras con la sana intención de copar sus futuras reuniones con sabrosos chismes y vanos alardes. Sin embargo, el encuentro no tuvo lo que esperaban, por lo que poco hablaron de lo sucedido, cerniéndose así una densa neblina sobre aquella noche en el hotel Majestic.

Nos ha quedado que ambos genios de la literatura no se llevaron bien y no tuvieron tiempo para remediarlo, pues seis meses después de aquella noche muere Proust. Joyce nunca disculpó la indiferencia del genio francés a su novela y cuando pudo respondió con sarcasmo sobre la obra del parisién. Por ejemplo, en una parte de su diario dice: “Los lectores llegan al final de las frases de Proust antes de que él termine de escribirlas”. Lo cierto es que Proust no pudo leer “Ulises” pues estaba absorbido por culminar su monumental y espléndida “En busca del tiempo perdido”.

jueves, 30 de mayo de 2013

Una vaca cualquiera

Si el viejo Andrés hubiese visto asomar la negra y húmeda trompa de Rosmery por el portón de la calle, le habría encajado un recio sopapo. ¡Asa, bruta!, le habría dicho. Pero esa mañana el viejo demoró en volver y, aunque Rosmery no lo sabía, ya eran más de las cinco y media.

Unos minutos después de que el viejo Andrés saliera, el portón chirrió y golpeó suavemente el muro de sillar. No solo Rosmery fijó sus redondos ojos en la calle, pero sí fue la única que avanzó hacia ella. Beatriz dio un mugido que empezó alto, luego, como si tomara la curva de un tazón, bajó para nuevamente subir y terminar en una leve aspiración. De haber podido sospechar, Rosmery habría pensado que Beatriz le iría con el chisme al viejo.

Ya en la calle, Ros se quedó inmóvil mirando la ruta hacia la chacra que seguían todas las mañanas. A una cuadra, del otro lado de la pista, un grupo de albañiles se repartía las tareas frente al cascarón de un enorme edificio. En la fachada había un letrero gigante con el nombre del nuevo centro comercial, y a pesar de que Rosmery no sabía leer, se quedó mirándolo. Un taxi tico le pasó muy cerca, Ros dio un par de brincos que la dejó viendo en dirección contraria. Hacia allí la avenida Lambramani se curva suavemente, antes de la iglesia de San Juan, las casas se apiñan unas con otras, y al fondo, hasta donde apenas alcanzaban sus ojos, había una figura colorida. Avanzó un par de pasos, el primero largo y el otro más corto y menos seguro. Movió la cabeza como si asintiera y la figura se hizo más visible.

Ros mugió y miró atrás para ver si obtenía respuesta, tras unos segundos se enderezó y sus ojos alcanzaron nuevamente las reverberaciones de aquellos colores. Ni ella, ni sus compañeras sabían cruzar la pista: temprano en la mañana iban a la chacra por el mismo lado por el que volvían en la tarde. Así que Rosmery avanzó orillando la pista en sentido opuesto al tránsito. A cualquiera que la hubiese visto caminar a esas horas de la mañana se le habría ocurrido pensar que la lechera se aburrió de cargar baldes y traía ahora la fuente misma.


Una vaca en la pista. Foto tomada de:
 http://www.flickr.com/photos/marcosg/4294375978/in/photostream/

Del callejón de Las Orquídeas salió un perro que empezó a ladrarle, Rosmery giró los músculos de su cuello y apuntó hacia él los dos muñones que tenía en lugar de cachos. El perro le siguió ladrando briosamente. Por el mismo lugar apareció un hombre más viejo que Andrés, llevaba en sus espaldas un sucio costal que cogía con dos manos, se le quedó mirando con una sonrisa desdentada y dijo algo que a Ros le hubiese parecido otro idioma de haber sabido que todos los humanos no hablaban el mismo.

El perro la persiguió hasta el puente de la avenida Venezuela, por cuidarse de él había perdido de vista la colorida figura. Años antes, el viejo Andrés, con la ayuda de dos hombres, la ató contra un palo, la tumbaron y sujetaron tan fuerte que solo le quedaba mugir, el viejo le puso una rodilla sobre el pescuezo y le serró los dos cachos con los que hubiera asustado al perro.

A cada minuto el tránsito aumentaba. La cola de Rosmery había perdido ese natural, pero soso bamboleo, estaba casi rígida; tal vez por eso Rosmery apuró el paso. Aunque ella no lo sabía, lo que es natural debe seguir pareciendo natural. Así consiguió que su cola continúe siendo la cola de espantar moscas, no hecha para brincos. Por otro lado, sus golpes no son para usar en marcha, sus patadas parecen de tiastra tejedora, golpes cortos y nerviosos que no espantan a un perro tenaz.

Continuó al trote, después de todo, eso era lo que hacía por las mañanas, aunque en esta ocasión, de tener memoria habría recordado que era la primera vez que trotaba sola. Sin la plasticidad de los equinos, ni la armonía de los auquénidos, el trote de Rosmery producía en el asfalto el sonido de baquetas inseguras y angustiantes, lo cual explica la moda de las campanitas colgadas al pescuezo.

Si bien a esa velocidad no hubiese adelantado a nadie, el perro quedó atrás. Mientras avanzaba, el sonido de los autos luchaba por llenar todo el espacio. Rosmery quiso fijar su vista en un lugar conocido, inútilmente cabeceó y mugió en busca de respuesta. Un bocinazo la turbó, luego otro y otro. Solo sabía ir hacia adelante y continuó. Cuando cruzaba la avenida Independencia, una mujer que empujaba un triciclo quiso atajarla, pero Ros, movida por las extrañas conexiones de su interior, se espantó y chocó su huesuda cadera contra una cúster. El golpe la azuzó y, aunque no miraba nada conocido frente a ella, siguió trotando.

Las imágenes de cómo había llegado hasta ahí la estarían asaltando, quizás. Primero, recordaría cómo, la noche anterior, de pura casualidad meó tormentosamente sobre la estaca que la sujetaba. De tener conciencia, habría razonado también que con ese pequeño tirón que dio al echarse, la estaca se desenterraría. Luego, la cabuya había zafado el nudo que la apiezaba al engancharse en una esquina del bebedero. Claro que no pudo ver lo que el viejo Andrés llevaba entre las manos cuando salió en la madrugada, pero habría deducido fácilmente que eso no importaba.
                                     
Es un hecho improbable, pero lo que más angustias le hubiera causado sería el recuerdo del primer tico que la turbó. Después de todo aquel tormentoso recorrido, de haber causado enojos o sonrisas a algunos conductores y haber espantado terriblemente, sin querer, claro está, a dos borrachos que doblaban de la calle San Francisco, Rosmery llegó a un lugar espacioso donde al fin sus ojos pudieron reconocer el color del pasto y pudo beber un poco de agua al lado de unas palomas que la miraban escandalizadas.


Rosmery no sabía nada de fotografía ni modelaje, no obstante, la imagen que apareció en los diarios sirvió para que el viejo Andrés la reconociera y la sacara del depósito municipal donde la habían confinado hasta encontrar al dueño.

Arequipa, invierno de 2010